Todos temen al Thurod. De hecho, ya es parte tan profunda de la conciencia colectiva que a las madres sirve como amenaza para que los niños tomen la yuca en el desayuno, y los ancianos lo aprovechan para inventar patrañas en las noches sin luna. Y es que el ritual del Thurod, al que desde tiempos inmemoriales se somete a los jóvenes al cumplir los veinte años, está pensado para tensar al máximo el carácter de cada hombre llevando su alma hasta el límite, para así saber hasta qué punto se pueden forzar su mente y su conciencia…antes de que se quiebren.
El Thurod tiene lugar en un recinto cerrado hecho de barro, madera y palmas, en el que el joven aspirante debe pasar seis días y seis noches de ayuno. Al entrar, el iniciado aspira polvo de Yotea, la droga local, que lo lleva a un estado de profundo éxtasis en el que librará su batalla contra el mal, y del que no recordará nada. Al final del sexto día, el Thurod da su veredicto por boca del hechicero que, golpeando el suelo con su vara, dicta sentencia bien bendiciendo al iniciado como apto para las tareas más elevadas, o condenándolo sin misericordia a una vida de olvido: “este joven será gobernante”, o ”este joven cuidará las cabras”, o “este joven será sirviente”…
Pero lo curioso, lo que hace que me decida a contarles esta historia, es que el hechicero SIEMPRE ACIERTA. Por muy increíble que parezca, el tiempo siempre le da la razón y resulta que los que fueron elegidos para gobernantes no podían haberlo hecho mejor, que los que acabaron como sirvientes resultaron ser los mejor mandados, y que los que se dedicaron al cuidado del ganado y la limpieza de los establos se habrían estrellado ante cualquier responsabilidad mayor. Pero ¿cómo? ¿Cómo el hechicero puede adivinar el mejor destino para un alma, tan solo por ver entrar y salir a un hombre de una cabaña? ¿Qué hay en realidad tras el Thurod?
Como en todo evento social, el Thurod atrae a cientos de personas de los alrededores y aquel día, ya desde muy temprano, los puesteros pugnaban por colocar sus toldos en los sitios más ventajosos mientras una tropa de ancianos, tullidos y niños -nunca pocos en las aldeas de la selva- se buscaban la vida pidiendo y trapicheando entre la multitud. Hasta que sonó un cuerno y todos se giraron.
Es costumbre que el aspirante cruce toda la plaza atravesando el gentío hasta el recinto del Thurod, así que el protagonista de ese día se sumergió entre los mercaderes, los fanáticos y los pedigüeños que lo zarandeaban, y caminó empujando y apartando a la gente a su paso hasta llegar a la entrada. Una vez allí, entró en la cabaña y comenzó el ritual. Yo me dirigí al hechicero, y la conversación fue rápida.
-Dentro de seis días marcarás para siempre el destino de ese hombre- le pregunté-. Y lo harás bien. Nunca un hechicero erró. Dime, ¿cómo lo hacen?
-Así que quieres saber nuestro secreto. Cómo sabemos escoger a las personas más capaces para
guiar a nuestro pueblo, sin necesidad de los que ustedes llaman democracia.
-Si, exacto, eso es justo lo que quiero saber. ¿Cómo funciona el Thurod?
-Si te revelo el secreto, jamás podrás volver a esta selva, ni contar a nadie lo que yo te cuente.
-Lo juro.
Imagine a un hombre en el momento más importante de su vida, el momento por el que lleva años esperando y para el que se ha estado preparando: El Thurod. Es un hombre a punto de jugarse todo su futuro a una sola carta. E imagine a ese hombre con los nervios a flor de piel, sin apenas haber dormido, lleno de miedos y dudas, y asustado, muy asustado, sin saber qué terribles trampas y demonios le esperan.
Fíjese detenidamente en ese hombre: solo le queda atravesar una multitud para enfrentarse a todo eso. Y aunque a ustedes los occidentales les parezca extraño, la pregunta que yo me hago es: ¿Cómo atravesará ese hombre la plaza? ¿Cómo la atravesaría usted?
Supongo – dije yo- que haría como el joven que acaba de hacerlo, intentando reservar mis fuerzas para la prueba, buscando el camino más recto para no perder la concentración y avanzando, empujando poco a poco.
El hechicero sonrió: “Si, eso lo es lo normal”.
Pero ¿sabe? -dijo- hay unos pocos que aún en esa situación extrema, no empujan, no se centran en “su Thurod” desentendiéndose de todo. Que levantan la mirada para no olvidar ceder el paso a mujeres y niños; y que se detienen a dar una pequeña limosna al anciano que la solicita. Incluso hay algunos -nuestro Dios los bendiga- que se esfuerzan en que “su Thurod” no sea lesivo para nadie, y toman en brazos a algún tullido para que no sea arrastrado por la multitud.
Siempre hay alguno que obra así, aunque sea uno entre cien, y nunca en doscientos años hemos elegido un mal gobernante…porque no sabe que lo estamos eligiendo.
El recinto es solo un lugar para dormir seis días. Es la plaza. La plaza es el Thurod.