jueves, 10 de diciembre de 2015

RELATO: TUS ALMAS GRANDES

Las almas grandes raramente se dejan ver. Prefieren realizar su labor calladamente, sin dejar huellas ni testigos, pues no está en su naturaleza el mostrarse abiertamente. Odian los focos, los aplausos y los vítores.
 
Pero, a pesar de esa obsesión por el anonimato, son imprescindibles.
 
Algunas de ellas, de estas almas, nacieron así, grandes, y otras se fueron haciendo y entendiendo la vida a base de golpes y experiencias de las que otras almas menores nunca supieron aprender nada. Entienden el mundo de un modo distinto, con una perspectiva diferente, más alta y más clara.
Nunca verás a un alma grande en el centro de una reunión, ni ostentando cargos, ni ejerciendo liderazgos. No, siempre la verás en una esquina, o tras el orador principal, o en segunda fila – nunca en palco- y siempre evitando luces y serpentinas. Pero estará ahí, ayudando sin ser vista; aportando, sin buscar premios; dando, sin pedir recibís.
En el tumulto son torpes y lentas, casi ridículas, pero se mueven ágiles y ligeras en el tú a tú, porque es ahí donde se atreven a abrir sus alas. Es ahí donde se muestran generosas y pacientes y donde las verás alzarse, valientes, ante los miedos que atenazan a otros. Es ahí, en lo más humano, en los momentos de la verdad, cuando son indispensables.
Es muy probable que, como todos, tengas olvidadas a esas pocas almas grandes que rondan tu vida. Que incluso en tu día a día les hayas asignado roles secundarios, de meros figurantes, siempre a la sombra de otros protagonistas principales con más cartel. Tus almas grandes nunca demandarán tu atención, algunas, ni siquiera, tu buen trato.
Pero aparecerán al escuchar tu llanto, sin que tengas que llamarlas, así, porque sí, sin pedir explicaciones; y luego, tras darte esa mano, ese empujón o esa caricia, desaparecerán sigilosamente volviendo al olvido, sin contar a nadie que te salvaron la vida, o que te mostraron al camino, o que te dieron el cachete que ya hacía tiempo te merecías.
Esas almas grandes.
Mira a tu alrededor. Búscalas. Y valóralas

jueves, 3 de diciembre de 2015

RELATO:LA CAJITA DE MIMBRE

Efectivamente, el libro fue encontrado. Había pasado casi dos mil años bajo las arenas del desierto pero, de alguna manera, la estanca oquedad en la que había sido depositado y su cuidado y resistente envoltorio de paño de saco, daban idea de que había sido enterrado a conciencia, posiblemente con el ánimo de que, algún día, fuera hallado.
Era un libro ancho y grueso pues contenía -nada más y nada menos-, todos los libros sagrados de todas las religiones conocidas, y en varios idiomas. Imagínense. Aún con el diminuto tamaño de su letra y el finísimo espesor de sus hojas, era muy voluminoso y pesado.
El Corán, la Biblia, los pensamientos de Confucio, todo el sintoísmo y las oraciones de Buda, el hinduismo y todos los demás aparecían escritos en árabe, chino, castellano, japonés, hindú, hebreo, etc… todos en todas las lenguas conocidas.
El libro, en cuya portada se leía “Dios de Dioses”, suponía tal compendio que la notica de su hallazgo se extendió rápidamente por todos los rincones del globo. Y luego fue solo cuestión de tiempo que la idea de un “Dios de todos los Dioses” fuera ganando adeptos entre todas las confesiones, ya que el libro no excluía a ninguna. En pocos siglos solo quedo una religión sobre la tierra, y un solo Dios, del que todos los existentes hasta entonces pasaron a ser profetas o discípulos. Una especie de delegados de zona.
Estaba claro. Puesto que todas las religiones se basaban en libros y escritos antiguos, bastaba unirlos a todos en un solo volumen para crear una nueva gran religión. Y así, de manera tan sencilla, tras dos mil años de odios y luchas fratricidas, de cruzadas, fanatismos e inmolaciones, la humanidad pudo superar su sangriento drama de la fe.
El libro, además, contentó a todos. Para los agnósticos aquello no era más que un plan brillante, trazado por la mente más lúcida de su tiempo, para traer la concordia a los pueblos, convirtiendo a todas las fes en “la verdadera”, aunque en realidad ninguna lo fuera. Y para los creyentes, por otro lado, tener un “Dios de dioses“era el no va más, la respuesta a todo y la obtención de una salvación aún más eterna si cabe. La leche, vamos.
El autor tuvo incluso la perspicacia de entender que toda religión precisa de un símbolo al que adorar. Obviamente, ya no valían la cruz, ni la media luna, ni las estatuas doradas, así que se inventó un símbolo nuevo y distinto: Una cajita de mimbre. Una cajita de mimbre que, según el nuevo gran libro, contenía todos los pecados del hombre y que aparecía dibujada en el último capítulo. Por supuesto , se advertía bajo pena de condenación eterna que jamás debía ser abierta si algún día llegara a encontrarse, siendo algo así como el arca de la alianza o el santo grial de las películas de Indiana Jones.
Muchos, muchos siglos después, reinando ya la paz en el mundo, unos pastores hallaron una pequeña cajita de mimbre semienterrada cerca de lugar sagrado donde se encontrara el gran libro. La curiosidad pudo con el riesgo de condenar sus almas para siempre y la abrieron, cerrando los ojos y encomendándose al hacedor. Dentro solo encontraron una nota, también en varios idiomas:
"Por favor, cierra la caja y déjala donde estaba. Esta caja y un libro que se nos ha caído y estamos buscando son nuestro trabajo de prácticas de Religión de segundo de bachillerato." Gracias. Francisco y Carlota 2ºC