martes, 25 de noviembre de 2014

RELATO: UN HUECO

Aquel viernes salí un par de horas antes del trabajo, así que quise dar una sorpresa a mi mujer. Una vez entré por la puerta principal de mi casa opté me descalcé con la idea de darle  un buen susto y reírnos un rato, pero mientras avanzaba sigilosamente por el pasillo una inquietud se apoderó de mí, pues a mis oídos llegaban nítidamente unas risas que procedían  del dormitorio.

La puerta de la alcoba estaba cerrada – qué raro-, así que pegué mi oreja a la puerta. Y las risas y las voces llegaron esta vez claramente a mi oído. 
Antes de dar rienda suelta a mis emociones quise asegurarme de lo que estaba ocurriendo, así que me agaché y escudriñé por la cerradura. Allí estaban, en la cama abrazándose y riendo. Un escalofrío de celos recorrió mi columna vertebral y se aferró a mi estómago,  pero me controlé, respiré hondo y decidí seguir observando, buscando cualquier detalle que me diera más pistas sobre el alcance de lo que estaba viendo.
Pero aquello fue peor. La envidia de que compartieran cama no fue nada. Nada comparada con la de ver la felicidad de mi mujer al ser acariciada con tanta ternura; ni con la de ver su rostro destilando felicidad con cada cuchicheo, con cada secreto susurrado en su oído. Desde la mirilla tan solo se divisaba complicidad pura. Plena y total complicidad.
Tras varios minutos tras la cerradura tuve que admitir que estaba ante una comunión perfecta, en la que realmente era yo el que estaba de más y, les podrá parecer ridículo, hasta me dio pena tener que interrumpir  tal momento.

Abrí la puerta. Las caras se giraron hacia mí con sorpresa.  Estaba claro que no me esperaban.
Entonces, como si se apiadaran de mí y hubieran adivinado mis sentimientos, se hicieron a un lado y me dejaron un hueco.

Mi hija, sabiéndose usurpadora de mi espacio en la cama, me dedicó un piadoso ¡ven Papi!, y me lanzó un beso en la mejilla. Con socarrona sonrisa miraba a mi mujer mientras me besaba, y yo era consciente del diálogo de miradas entre las dos mujeres de mi vida, un diálogo madre-hija inescrutable, indestructible e indescifrable, en el que yo no era más que la pobre víctima, un bufón objeto de cariñosa burla. Una mascota a la que se cuida y se da calor.
Cada día, a la hora de los juegos, entre las dos me manejan como a una marioneta mientras se ríen a carcajadas de mis inarticulados y torpes movimientos. Ellas mueven los hilos y a mí, por más que me duela, solo me queda mirarlas con ternura.

Ya saben… solo soy el padre.

martes, 18 de noviembre de 2014

RELATO: MI UTOPÍA

En el alma del hombre está la repuesta. No queda otro camino. Hay que apelar a la humanidad latente en nosotros, a las fibras de nuestro ser, a los genes de nuestros ancestros, antes de que se pierda para siempre todo aquello que nos distingue de los animales.

La historia nos lo dice: Fueron siempre unos pocos los que manipularon a muchos para alcanzar gloria, riqueza y poder. Nunca existió un padre que de verdad quisiera enviar a su hijo a luchar y a morir a la batalla, y jamás madre alguna deseó que se arrasara la aldea vecina y violaran a todas sus niñas. Todo horror, toda venganza, sucedió siempre porque una bestia inhumana quiso iniciarla en su propio interés. El ser humano no es un animal, porque si lo fuera todo estaría perdido.

El error de base –el fallo capital-, ha sido creer que un  “ser humano” es todo aquello que tenga forma humana y haya nacido de la unión de un hombre y una mujer. Y no es así, no lo es.  Un “ser humano” -uno auténtico- tiene emociones, sufre  -o al menos siente vergüenza-  con el dolor de los demás, siente empatía instintiva hacia los desfavorecidos, se indigna ante la injusticia y la impotencia y es, por encima todo, compasivo.
Y ha sido precisamente la bondad del ser humano, su inocencia,  lo que ha dado alas a esas bestias que medran entre nosotros. Son alimañas que han sabido trepar a lo más alto para masacrarnos a todos sin piedad. ¡Miserables!

Pero cierro los ojos. Y tomo aire.
Y entonces veo, allá a lo lejos, en mi utopía, las siluetas de los que van a salvarnos a todos. Son pocos, y nunca conscientes de su fuerza real, de su poder y de sus propias posibilidades. Pero plenos de talento, de talento y de magia. Con su peculiar arsenal pueden separar lo humano de lo animal, saben cómo se debe luchar contra el instinto: siempre a base de sensibilidad e imaginación. Gracias a ellos y solo a ellos podremos empezar de nuevo, desde cero si es preciso.

Son los poetas y sus poesías, los mal llamados soñadores -¿soñadores? ¿Por qué? ¿Quién lo dice? ¿Quién determina lo que puede llegar a ser realidad y lo que no?- Yo los veo en mi utopía.
¡Ellos nos devolverán la dignidad perdida! ¡Y hay tantos a los que seguir! : Cyrano, Lorca, el principito, Whitman, Neruda… Genios, genios tan lejos de las bestias como el día de la noche. 

Tan solo de su mano aprenderemos a confiar más en quien dio una limosna que en quien sacó una matrícula en Harvard; solo con ellos sabremos dar el mando, sin temor, al que acogió a un sin techo y no al de la foto con sonrisa de cartel, y nos atreveremos a encumbrar a los mil héroes anónimos que ayudan al prójimo al lugar que les corresponde; el que hoy ocupan esos cascarones vacíos que alimentan noticieros y tertulias.  
Yo sé que mi utopía no está sola, sé que viaja junto a  mucha gente común, sin más aspiraciones que las justas. Sé que camina en la mejor compañía, con los que jamás levantarán la mano por entender que postularse para mandar es ya de por sí un acto arrogante y pretencioso; un acto impensable en Cyrano, e irracional para el principito.

Con ellos, con Whitman, con Lorca, con Neruda y con otras mil utopías, como una más, viaja la mía.

martes, 11 de noviembre de 2014

RELATO: UNO

No podía ayudar a todos. Eran demasiados. Pero cada vez que uno de esos seres desamparados clavaba su mirada en él, el dolor le traspasaba y se sentía miserable, culpable, parte del plan. Debía hacer algo, agradecer de alguna manera su buena fortuna, compartir un poco más.

Así que se decidió. Empezaría  poco a poco. Uno al día, a lo sumo  dos. El primer día se acercó a uno de ellos.

-  Perdone señor ¿tiene un momento? ¡No, no voy a pedirle nada!  Solo quiero que se siente aquí en el suelo conmigo y que se afloje esa corbata, para que respire. ¡Mire, mire el cielo que tenemos hoy!

El hombre, sorprendido, se sentó junto al mendigo, se aflojó el nudo que le atenazaba el cuello y alzó el rostro. Su cara, hasta ese momento tensa y crispada por la prisa, se inundó de sol. Y por primera vez en el día, sonrió.
Uno.

viernes, 7 de noviembre de 2014

RELATO: ESA COSA

Nunca se sabe cuando ESA COSA aparece, ni porqué. A veces le da por saltar a lo loco sobre tu espalda, desde una ventana o un cuarto piso; otras sale a tu encuentro disimuladamente, pidiéndote fuego o preguntándote la hora para abalanzarse sobre ti al menor descuido y, a veces, incluso, se limita a caminar a tu lado ajustando su paso al tuyo, sin que apenas te des cuenta de su presencia, hasta que ya es demasiado tarde y no sabes estar sin su compañía.  
 
En cualquier caso, sea como fuere, debes saber que  ESA COSA de rostro angelical puede abrirte en canal con un solo mandoble de su espada, o ahogarte lentamente bajo una inesperada y tupida lluvia de flores y hojas secas, o - es lo que más le gusta- arrancarte el corazón de cuajo dejándolo latir en sus manos unos interminables segundos, antes de aplastarlo sin piedad.
 
Puede hacerlo. Todo esto puede hacerlo ESA COSA en un instante. No lo dudes ni por un momento. 
 
Otras muchas veces le da por jugar al gato y al ratón contigo antes de asestarte su golpe final. En esas ocasiones aprovecha cobardemente tu miedo a la soledad para burlase de ti; te hipnotiza poniendo ante tus ojos una felicidad irreal, o una esperanza ciega, o una ilusión ficticia; falsos espejismos. Colorea cruelmente tus fantasías para luego ir difuminándolas poco a poco, hasta dejarlas en un triste tono gris.
 
Y es que nada hay más cruel que ESA COSA, si quiere serlo.
 

Pero cuando tu suerte es otra, ESA COSA, la misma, obra el milagro de resucitarte, de devolverte a la vida y de rescatarte del más profundo agujero. Convierte tu camino en un bello paseo y te mantiene a salvo de alimañas y de los peores espectros: la malicia, el egoísmo, el compromiso… y te hace feliz.
 
Pero lo más importante es sin duda saber que, ya sea dulce o cruel, ya venga llena de verdades o de mentiras, nunca -NUNCA- debes despreciarla. Porque ESA COSA es lo que al final da sentido a todo y por lo que en realidad estamos aquí. Es el madero que queda flotando tras cada naufragio, y al que tendrás que agarrarte para seguir respirando.
 
Así que ya sabes. Da igual si te ha tocado ser maltratado o bendecido, da igual que ESA COSA te haya abierto cien veces en canal o que otras tantas veces te haya arrancado el corazón. Da igual si hizo de tu vida un maravilloso paseo entre frutales o el infierno más absoluto. Da igual.
 
Tú no olvides jamás que mientras estuviste por aquí nunca te rajaste, que siempre que ESA COSA quiso jugaste a su juego, con sus caprichosas reglas. Y no olvides que lo jugaste sin miedo, hasta el final. Es preciso que no lo olvides porque así, cuando te llegue el día, te irás con mil cicatrices pero con el orgullo intacto y sabiendo que, digan lo que digan, ha merecido la pena.