No podía ayudar a todos.
Eran demasiados. Pero cada vez que uno de esos seres desamparados clavaba su
mirada en él, el dolor le traspasaba y se sentía miserable, culpable, parte del
plan. Debía hacer algo, agradecer de alguna manera su buena fortuna, compartir
un poco más.
Así que se decidió. Empezaría poco a poco. Uno al día, a lo sumo dos. El primer día se acercó a uno de ellos.
Así que se decidió. Empezaría poco a poco. Uno al día, a lo sumo dos. El primer día se acercó a uno de ellos.
-
Perdone señor ¿tiene un momento? ¡No, no voy a
pedirle nada! Solo quiero que se siente
aquí en el suelo conmigo y que se afloje esa corbata, para que respire. ¡Mire,
mire el cielo que tenemos hoy!
El hombre, sorprendido, se sentó
junto al mendigo, se aflojó el nudo que le atenazaba el cuello y alzó el
rostro. Su cara, hasta ese momento tensa y crispada por la prisa, se inundó de sol.
Y por primera vez en el día,
sonrió.
Uno.
Me ha encantado este relato.
ResponderEliminar