viernes, 2 de diciembre de 2016

RELATO: LA FRASE

El “PRIMER CONCURSO DE FRASES CÉLEBRES” atrajo a las mentes más ilustres y privilegiadas de la historia. Salvo los pocos que se excusaron por obligaciones ineludibles, la práctica totalidad de los sabios que la humanidad ha conocido viajaron a través del tiempo y del espacio para defender sus pensamientos y  conocer de tú a tú a sus admirados colegas. Era una gran oportunidad, una ocasión única y nadie quería perdérsela. Hasta allí llegaron los mismísimos Aristóteles y Sócrates,  acompañados de Epicuro y Séneca. De lejos vinieron también Lao Tse, Confucio y Ghandi, y por supuesto no faltaron las mentes más prodigiosas del renacer humanista, que hicieron su entrada en el hotel con Descartes y Galileo a la cabeza. Tampoco dejaron de asistir otros genios más contemporáneos como Ortega y Gasset, Lincoln, Darwin, Einstein o Chaplin, enfrascados todos ellos desde el inicio en una diatriba de altísimo nivel sobre la dignidad y el porqué del hombre. Fueron tantos los próceres y las eminencias que acudieron que sería  imposible nombrarlos a todos, y menos aún en un relato corto como éste. Espero que sepan disculparme.

Una vez se inició el concurso cada uno defendió su frase con sabiduría, haciendo hincapié en lo que había significado su mensaje para la humanidad y en la incustionable influencia que habían tenido unas pocas palabras en la posteridad. Como no podía ser de otra manera, y por ser quienes eran, todos hablaron con profundo respeto hacia los demás, de manera que el encuentro, más que una competición, parecía una tertulia entre amigos, plena de conocimiento, genialidad e ingenio.  

 “Pienso, luego existo”,  “Conócete a ti mismo”, “El hombre es la medida de todas las cosas”, “Solo sé que no sé nada”, “Dios no juega a los dados”, “Una acción vale más que mil palabras”,“El saber no ocupa lugar”, “El hombre es un lobo para el hombre”,  y otras mil frases célebres de mil tiempos y lugares fueron debatidas y analizadas por las mentes más prodigiosas de la historia. Todas y cada una de ellas eran frases enormes, vigentes, humanas, llenas de fuerza y esperanza. Todas verdaderas. Desde luego, cualquiera de ellas hubiera sido una dignísima ganadora, cualquiera.

La durísima selección – ya se pueden imaginar- debía dejar únicamente tres frases para la gran final. Las dos primeras elegidas, entre las antes comentadas, fueron recibidas sin sorpresa, aplaudidas y vitoreadas incluso por otros ilustres favoritos, que reconocían la lucidez de sus contrincantes y el carácter universal de las frases seleccionadas. Pero quedaba por elegir una tercera.

La última de las frases clasificadas para la final resultó ser una incógnita para todos. Por ser de las llamadas “recientes”, ninguno de los participantes la conocía ni la había escuchado jamás. Y era lógico, porque la frase en sí misma no aportaba gran cosa: ningún conocimiento, ningún consejo, ninguna advertencia. Quizá, todo lo más, una velada amenaza. Pudiera ser, desde luego, que hubiera sido pronunciada por mor de un acto valeroso o decisivo, o en un entorno muy crítico y concreto  -algo así como el “La suerte está echada” de Julio César al pasar el Rubicón, o el “No pasarán” republicano ante las tropas de Franco- , pero lo cierto es que nadie de entre los presentes supo ubicar la dichosa frase en ningún momento o lugar importante de la historia, ni mucho menos encontrar una causa o supuesto por el que tales palabras debieran pasar a la posteridad. El caso es que, tras una larga y tensa espera, la votación final hecha por SMS entre el público no dejó espacio para la duda y  “Yo por mi hija mato” ganó por goleada.

Pero de esto hace tanto tiempo que todo se ha convertido en leyenda, en patraña, en un cuento para críos. Se dice que aquellos sabios, los más sabios de la humanidad, tras verse derrotados, volvieron cabizbajos y en silencio, cada uno a su  tiempo y  lugar. Se dice tambien que desde entonces siguen intentando descifrar el mensaje, el significado espiritual y profundo de aquella frase que los venció a todos, y que no se atreven a dejarse ver, avergonzados por su ineptidud de perdedores. 

Debe ser por eso que, desde entonces, al igual que la cultura, ya no acuden a los concursos ni a las tertulias. Seguramente por miedo a parecer ignorantes.

 

lunes, 24 de octubre de 2016

RELATO: MALO MALISIMO

Es mi papel y no puedo cambiarlo. Sin quererlo me toca ser el villano del cuento, el terrible ogro que hostiga al héroe, el malo malísimo de horrible mueca y diabólica carcajada.


Es así como él me ve hoy, como el Barbanegra que azota su barco, como el malvado que pone límites a su mundo y grilletes a sus ansias. En su despreocupada y feliz existencia me toca ser el carcelero de sus ilusiones y el lastre de su alocado vuelo. Soy el que le hace ver películas en blanco y negro, para que no crea que todo en la vida es de colorines y confeti. Soy la rémora que no le deja vivir como si no hubiera un mañana, el aguafiestas, el pesado de los cojones.

Sí, soy el padre de un adolescente. Como dije, es mi papel y no puedo cambiarlo. Otros de la familia consiguieron personajes más agradecidos, más de cabecera de cartel -el de la hermana cómplice, el del tío bonachón, el de la madre comprensiva y cariñosa-. Éste, el que nadie quiere interpretar, me tocó a mí. Y es una mierda.

Ojalá que con el tiempo él me recuerde sin la negra barba de pirata y sepa borrar de su mente mi fingida y horrible mueca de malo malísimo (mueca que, por cierto, me asusta a mí mismo). Ojalá comprenda algún día que cada grito y cada límite evitaron que se despeñara mil veces y que solo si has tenido un grillete sabes valorar lo que significa ser libre. Ojalá entienda que en nuestros enfrentamientos cada NO tenía un motivo, y que cada tras  “LO HACES PORQUE SÍ” había una explicación, aun lejana para él.

Sería un buen premio que llegara a entender todo eso, pero sería un premio aún mayor poder verlo volar alto, con fuerza para sobrellevar los verdaderos lastres de la vida, y tener la seguridad de que no tolerará otros grilletes, ni para él ni para otros. Y saberlo sereno y sin miedo, siempre por encima de las amenazas de los imbéciles y de la prepotencia de los idiotas.

Espero que llegue el día en que lo oiga reír a carcajadas, fuerte, libre y a pleno pulmón, en las mismísimas caras de los malos malísimos de verdad, por muy horribles que sean sus muecas. Ese día y no otro, el día en que por fin él me mire y entienda que yo solo fui un malísimo de pega, sabré que he bordado mi papel.

 

 

 

jueves, 21 de julio de 2016

RELATO: EL DEL TERCERO B

Mi vecino Tom, el del tercero B, buen tipo, no tiene horas. No las suficientes para salvarse. Y es que se lo han puesto complicado, casi imposible.
 
Como cada mañana, hoy le sentí levantarse a las 5 de la mañana para encender las velas frente a su imagen del pequeño Buda en su mesita, arrodillarse sobre la esterilla para orar mirando a La meca y desayunar a toda prisa para llegar a misa de 7, antes de ir su trabajo.
Supongo que en la oficina habrá vuelto a aprovechar su corto descanso del café para encerrarse en su despacho y, en postura de yoga, recitar algunos versos del sagrado Shruti en honor a Shiva. Y por supuesto, al final de la mañana, tal y como manda el credo sintoísta, habrá hecho las siete reverencias obligadas a las reliquias de sus antepasados que guarda en la gaveta y que, dicho sea de paso, ya empiezan a oler mal.
 
Tom no come cerdo, ni vacas (sagradas), ni otras muchas cosas que enfurecerían a ciertas deidades, y hace abluciones, meditaciones y ayunos, además de cumplir con no sé ni cuántas peregrinaciones. Y cambia de atuendo y peinado varias veces a lo largo del día, según mande cada precepto. De hecho, suelo preguntarle cuando me sorprende con un modelo nuevo en el ascensor o en el descansillo.
 
-¡Vaya! Tenemos religión nueva ¿Eh Tom?
 
-Si –me contesta él, siempre alegre- Este es el del rito Inca del Sol.
 
Tom no está loco, como pueden ustedes pensar. El cree, y probablemente no le falte razón, que sería irónico -por no decir patético- que ninguna de las innumerables religiones que existen o han existido fuera la verdadera. Que sería de chiste haber dedicado nuestra historia a guerras, torturas, inmolaciones y sacrificios humanos por defender unas creencias para nada. Y que más que un chiste, sería una tragedia bufa el que tantas, miles de vidas, se hayan perdido inútilmente.
 
Por simple regla de tres y sentido común, cree Tom que solo nos salvaría de ser imbéciles que al menos una, UNA, de esas religiones fuera verdadera, que haya recibido la palabra de Dios… aunque todas las demás sean burdas copias de ella. Que sea como la Coca-Cola, que aún con mil imitaciones, existe… y solo hay una.
 
A Tom en realidad le da igual todo el tema. Él solo está decidido a salvarse, a asegurarse una vida eterna, ya sea con un lugar en el cielo, en una cama con cien vírgenes, en un festín en el Valhala, en un podio en el Olimpo, o en un asiento a la vera de Tucathapac. Salvarse, con lo que sea que al final sea lo cierto, caso que algo realmente lo sea.
 
Y por eso juega a todos los palos y tiene su casa llena de iconos, signos, símbolos y cruces. Y sobre todo de imágenes. Imágenes de Dioses. Dioses viejos y nuevos, Dioses vivos y muertos, Dioses grandes y pequeños. Cientos, miles. Cada uno de ellos el "único salvador” para las gentes de una época, de una región o de una raza. Y todos ellos posible salvadores para él, gracias a su plan.
 
Bueno, les dejo porque ya son la siete de la tarde. Lo sé porque acaba de sonar el gong de Tom, mi vecino del tercero B, buen tipo. Debe ser la hora de la purificación Maya.

martes, 10 de mayo de 2016

RELATO: A LOS PIES DEL ARCO IRIS

Sigo buscando. Nunca descansaré. Debo encontrar el final del arco iris, y también su principio. Es preciso. Me queda tan poco tiempo, y es tanto lo que he de andar.
Cuando llegue allí, a sus pies, me susurrará al oído el secreto de sus colores; y me cobijará bajo su curva enorme, reconociéndome pequeño e insignificante; y nos atravesaremos ambos de parte a parte, desnudos, para que mi piel brille como el sol y mi cara se llene de agua pura de rocío.
 
Pero me temo que, cuando llegue ese día, todas esas sensaciones, aunque mágicas, me parecerán insignificantes, meras banalidades totalmente prescindibles. Que ese inmenso arco de colores no será mucho más que un cartel luminoso o una vistosa señal de carretera; un gran reclamo de neón natural. Sí, gigante y espectacular...pero solo un reclamo al fin. 
 
Sé que tal maravilla,, aunque asombrosa, me resultará minúscula y despreciable ante lo que se esconde a sus pies, pues es algo que no tiene precio, que solo tiene valor cuando se va en su busca,  que solo tiene valor para quien va en su busca.
 
Son mis viejos tesoros, los que siempre dí por perdidos.
Allá, donde nace el arco iris… ¿dónde sino pueden estar tantos afectos perdidos? ¿A qué otro lugar pueden volar tantas caras amigas, tantos momentos del alma, tantos pedazos de vida? ¿Qué mejor lugar de reposo para todos los afectos que dejé marchar, para los que me abandonaron, para los que que huyeron de mi?
 
Sé que no murieron. Quizá en su largo viaje menguaron hasta lo infinitésimo, o quizá se sumieron en un olvidado letargo a mitad de camino. Pero no murieron, de eso estoy seguro. Porque esos afectos, los míos, los que entregué un día, todos y cada uno de ellos, son inmortales y eternos.
 
Algún día los encontraré. Ellos me esperan allí, a los pies del arco iris.

miércoles, 13 de abril de 2016

RELATO: BRICOFELICIDAD

Lo encontré al fondo de la librería, en la sección de Bricolaje, cuando buscaba algún manual para meterle mano al maldito grifo de la cocina. Allí, casi invisible, entre el “Alicáteselo usted mismo” y el “Carpintero por un día”, me llamó la atención un sugerente título: “Bricofelicidad: sea feliz en tres pasos”.
Era obvio que el libro, que no tenía autor, había ido a parar a dónde no debía.  Sin duda el librero se había dejado llevar por el título y lo había ubicado entre los bricolajes y las bricomanías, en vez de ponerlo en los estantes propios de su temática, ya saben: las autoayudas, los karmas, los coachings y todo ese lío.
Metí el dedo en el estrecho hueco por encima del libro y tiré de él. Cómo si los gruesos volúmenes que lo escoltaban se resistieran a dejarlo marchar, tuve que insistir con fuerza hasta que pude arrancarlo de la estantería. El ejemplar era ciertamente pequeño y delgado; con no más de 20 o 25 páginas. Ya en mi mano, lo abrí para ojearlo…y en el segundo renglón ya estaba atrapado.
Línea tras línea, párrafo tras párrafo, la lectura me iba descubriendo verdades diáfanas y evidentes que, increíblemente, hasta ese instante, habían estado totalmente ocultas para mí, y creo que para cualquiera. Conforme iba avanzando notaba que se ensanchaba mi horizonte y se avivaba mi mente, como si yo no fuera más que un bebé al que le enseñan sus primeras palabras. Y cada reflexión implicaba un replanteo absoluto de mis más fuertes convicciones, con una nueva visión de la vida y del mundo, mucho más positiva y mucho más creativa.
Sobrepasado por la situación, cerré el libro de golpe. Eran demasiadas verdades, demasiada luz, demasiado impacto. Abrumador y excesivo para un solo día. Pero me sentía feliz. Agarré con fuerza el libro y me dirigí a la caja. Cuando el viejo librero me vio llegar al mostrador con él en la mano y se sonrió.
-Buena elección joven – me dijo- aunque sin duda lo mejor de ese libro es el epilogo.
La curiosidad me detuvo por un momento y me giré de nuevo hacia el pasillo simulando un olvido. De nuevo en la intimidad, abrí el libro por su última página y leí:
“Querido amigo: Este sencillo manual no ha sido escrito por nadie que conozcas, siquiera por nadie que esté vivo, o que haya vivido. Incluso quizá por nadie que haya pisado este planeta. Sé cómo te sientes y el cambio que tu alma acaba de sufrir. Entiendo tus dudas, tus miedos y tus  preguntas, así como también sé que quieres este libro, que lo quieres por encima de todas las cosas, para que esté en tu mesita de noche, para que sea tu biblia, para obedecerlo como guía de vida. Pero debes saber que en esta “Bricofelicidad: sea feliz en tres pasos” el primer paso debes darlo tú.
No existen muchos ejemplares de este manual, probablemente, a estas alturas, ninguno aparte del que tienes en tus manos. Por eso te pido que, puesto que el primer paso hacia a la felicidad es compartir, lo dejes en la estantería para que otros tengan la misma suerte que tú. Si te lo llevas, si lo compras y te lo quedas solo para ti, ya nada de lo que has sentido funcionará”.
Ha pasado ya tiempo, mucho más del necesario para pensar y entender. Tanto, que al fin he sabido descifrar el mensaje del libro. En realidad no eran tres pasos, sino solo uno. Era solo uno, no me cabe la menor duda, porque cada vez que recuerdo que fui capaz de dejarlo allí, me siento profundamente feliz

martes, 12 de abril de 2016

RELATO: CAMPESINA CON BODEGÓN

Nunca estaremos juntos. El tiempo y el espacio han jugado en nuestra contra. Y además lo han hecho con premeditación y alevosía, para hacernos daño, para buscar sangre y clavarnos su aguijón con saña. ¿Porqué sino hubiera querido el maldito destino que nos encontrásemos? ¿Qué otro perverso fin podía tener reservado para lo nuestro?
 
La culpa es del maestro, de su genio, de su inmenso arte. Maldito sea. Por él te conocí, por él sé que fuiste real, y por él me atrapó tu rostro. Porque una vez que me detuve ante el lienzo y tus ojos tristes se posaron en los míos, mi vida dejó de ser mía. 
Recuerdo nuestro primer día, yo paseándome por los pasillos y tú rodeada de cientos de curiosos que te fotografiaban. Para ellos solo eras una obra de arte, una más. La enésima y anónima “campesina con bodegón” a mayor gloria de un pintor de época, en la que todos admiraban la técnica, el color, la mezcla, la profundidad, la luz,…pero sin saber ir más allá. Nunca te entendieron, nunca te vieron como yo, nunca te quisieron. Y por eso sé que aquel día, entre la multitud, sólo me mirabas a mí, a mí, porque yo era el único que entendía tu mirada.
Desde aquel momento no dejé de buscarte, de investigarte. Sé quién eres, sé quién fuiste. Donde naciste, cuándo viviste, dónde, con quién. Sé cada detalle de tu vida y de tu prematura y dolorosa muerte.
Y fue el día en que te encontré, en el pequeño cementerio de aquella fría y alejada aldea del norte, cuando todo cambió y donde todo cobró sentido. Allí, tu nombre y tu famoso personaje aparecían, apenas legibles por el paso del tiempo, sobre una lápida de piedra envejecida y gastada: “Hellen van Peer. Campesina del bodegón. (1732-1764)”. Aunque han pasado muchos años desde entonces, y ya soy un anciano, recuerdo perfectamente que caí de rodillas y lloré como un niño al entender como tú, desde mucho antes, habías asegurado nuestra victoria sobre el espacio y el tiempo, esa desigual batalla que yo siempre di por perdida. Y al comprender cómo habías sabido vencer a nuestro destino maldito, y con qué sabiduría habías sabido reírte de él.
 
Era ese hueco vacío junto a tu tumba, inexplicablemente respetado por todos a pesar del tiempo y coronado por una lápida con una inscripción. Al limpiarla y apartar la tierra y la hojarasca no pude contener un grito al ver que sobre ella, también apenas legibles por el tiempo, figuraban mi nombre y mi fecha de nacimiento. Y supe, feliz, en realidad como siempre había sabido, que tú me esperabas.
Como dije antes, soy muy anciano, mucho. Tanto que ya he sobrevivido a todos mis amigos y conocidos. Y sé porqué.
Es el destino, que se resiste a perder en su propio juego, y sólo le queda hacer trampas. Aquel maldito destino que una vez quiso hacer de lo nuestro una broma y que ahora está tan fuera de sí, tan lleno de rabia, que se atreve incluso a desafiar a la muerte para demorar nuestro encuentro, mi partida. Ahora el tiempo juega en su contra, porque sabe que mi reposo será nuestra victoria.

viernes, 8 de abril de 2016

RELATO: TU PASIÓN

Si a menudo, cuando no puedes dormir, el alba te sorprende escribiendo, buscando la frase, la intención o la rima, no lo dudes, eres escritor. Da igual lo que escribas, o cómo lo escribas.

Si en una esquina de tu habitación, sobre un caballete, descansa un lienzo sobre el que estrellas a colores los trazos de tu rabia, tu pasión o tu melancolía, no lo dudes, eres pintor. No importa lo que pintes.

Si te aferras a un violín, a una voz o a una guitarra para escapar de todo y de todos y con esos acordes, aún desafinados, tu corazón vuela, entonces, digan lo que digan, y pese a quien pese, eres músico.

Es más que probable que, salvo lotería divina, no te encuentres entre los pocos elegidos tocados por el Don, el genio o el arte; que estés tan lejos de la excelencia como la noche lo está del día o, incluso, que lo que ofrezcas no llegue a ser para otros más que una absoluta mediocridad. Da igual. Todo eso te debe dar igual.

Nunca olvides que el talento que te ha sido negado no es más que un calificativo de lo verdaderamente importante: tu pasión. Al fin y al cabo, el llegar a ser un gran, buen o mal pintor; o un gran, buen o mal escritor nunca dependió de ti. Pero la necesidad de pintar o escribir sí.

Es cierto que el talento te califica, incluso te clasifica, pero nunca dejes que se arrogue el poder de definirte. Eso solo tu pasión, y tú mismo, tienen el derecho de hacerlo.

martes, 15 de marzo de 2016

RELATO: OCÉANO

Se vieron por primera vez desde muy lejos. Fue el azar el que quiso se encontraran en el inmenso océano, ambos ya zarpados, con pasajeros a bordo y viento en popa. Ambos con rumbos bien definidos y con destinos y fechas marcados sobre el mapa.
 
Y ahora, al frente, lo que siempre buscaron.
La duda.
Se siguieron mutuamente en la distancia, sin perderse vista, a golpe de catalejo, con todo preparado para virar y reteniendo a duras penas la orden en las gargantas. Cada uno a la espera del otro, sin pestañear, atentos a cualquier movimiento, a cualquier señal. Bastaría un leve desvío de rumbo, el arriado de una bandera, el sonido de una sirena, o un hombre al agua.
 
Y así, en la espera, la deriva los fue alejando lentamente.
Desde entonces cada mañana, al alba, mientras todos aún duermen, ambos suben a proa y pegan los ojos al catalejo. Desde allí otean el océano, siempre en la misma dirección …Hasta que la sirena del barco les obliga a olvidar, y a empezar su día

sábado, 13 de febrero de 2016

RELATO: CLICK

Pudo ser una frase a destiempo, o un leve aumento de tono en un día inoportuno, o una broma mal entendida. Pudieron ser mil cosas pero, en el fondo, no importa cuál. Lo importante es que, desde entonces, ya no es lo mismo. Esa frase, ese mal tono, o esa broma, hizo sonar un "click". 

Es así de fácil. En un suspiro, tu inseparable compañero, aquel amigo al que te confiabas sin titubeos, cae en eterna desgracia contigo. Y, aunque reconoces que lo ocurrido es una auténtica jilipollez, esa jilipollez te supera, tanto que te hace olvidar los cientos de momentos vividos, las miles de alegrías compartidas, o los momentos duros hombro con hombro. Todo queda arruinado, borrado instantáneamente por ese "click". En un momento, en un proceso casi automático, tu cerebro calcula unas nuevas coordenadas y reubica a esa persona, mientras tu alma se lamenta e intenta buscar explicaciones, resistiéndose a pasar página. Si, porque el alma es  lenta para estas cosas, mucho más, pues le cuesta asimilar esos inesperados distanciamientos, incapaz de entender cómjo algo tan nimio y fútil puede malograr una amistad de años, tal vez de toda una vida. 

Quizá los "clicks" sean inherentes a la raza humana, quizá. Quizá, aunque incomprensibles para nosotros, sean vitales y necesarios para nuestra supervivencia como especie, quizá. Pero, aunque así sea, un alma - al menos si es un alma como Dios manda-  nunca, jamás, dejará de preguntarse de donde vienen, de dónde surgen esos clicks, esos malditos clicks que nos convierten en esclavos del orgullo y la soberbia, y nos alejan de lo que en realidad queremos.

Esos malditos "clicks", que nos hacen perder tanto...con lo que cuesta ganarlo.

lunes, 8 de febrero de 2016

RELATO : LA TARA

Nadie quería hacerse cargo. Todos se buscaban un pretexto, o una excusa. Y era comprensible. Incluso las personas de mi máxima consideración, algunos de ellos casi héroes con años de lucha y sacrificio en las causas más perdidas, pasaban de largo y aceleraban el paso escurriendo el bulto al verlo. Porque aquel caso era duro, durísimo, exigía demasiado: demasiada entrega, demasiada compasión, demasiada solidaridad…demasiado de todo.
 
En mi infinita ignorancia mi corazón me decía que, tarde o temprano, algún alma grande y caritativa acabaría por prestarse a tan enorme tarea. Que aquel ser, víctima de tan horrible minusvalía, no terminaría sus días solo y olvidado y que, sin duda, el gran hacedor mostraría su piedad enviándole a alguien -más santo que persona-, que lo atendiera y cuidara.
Aun sabiendo que yo no tenía por qué hacerme responsable, me avergonzaba mi falta de solidaridad. Mi conciencia me flagelaba día y noche llamándome cobarde y arrastrándome a una constante lucha contra mi sentimiento de culpabilidad. Pero era demasiado para mí. Mi cuerpo y mi mente no lo resistirían.
Aún recuerdo mi último intento por parecer un ser compasivo. Tras acercarme a él, apenas si aguanté unos minutos antes de que en mi cara se dibujara una mueca de asco. Al instante giré mi silla de ruedas y me alejé de su lado. Sí, lo reconozco, admito que dejé allí solo y a su suerte a aquel ser ególatra, egoísta y despreciable que no dejaba de hablar de sí mismo. ¡Dios mío, que terrible tara!
¿Algún voluntario?  Yo me rindo, aunque tenga que vivir con ello.

lunes, 1 de febrero de 2016

RELATO: LA RESPUESTA

Si. Vale. Lo reconozco. Ella debe tener razón. Es casi seguro que me ganó en una tómbola, que probablemente yo pasara años expuesto sobre una balda, quieto y sin moverme, viendo pasar la vida, sentado entre la chochona y el oso de peluche. Hasta que ella falló todos los disparos y le dieron el premio de consolación: Yo.
 
Por eso, como inútil confeso que soy, acepto con sumisión sus acusaciones diarias y sus comentarios despectivos sobre mi torpeza con todo y para todo. Ya no discuto ni contesto cuando se me flagela por mi ignorancia sobre cables y enchufes más allá de cambiar una bombilla; o por mi nulidad manifiesta con grifos, cisternas o bajantes (auténticas artes de nigromante para mí). Ya no respondo a sus burlas por lo de la lavadora, esa maldita “caja negra”; o por la plancha, indudable vestigio de los hierros candentes de la Inquisición.
Solo callo. Callo y sonrio. Porque ella no sabe que cada ataque, cada grito, me hace más fuerte, más seguro de mi mismo. Y es que, si todo esto es cierto, si para nada valgo ni nada hago bien, si solo soy un lastre cada vez más pesado (y más calvo), me pregunto por qué no me ha “largado” todavía, porqué me mantiene a su lado.
Y la única respuesta que encuentro es que, si para nada sirvo de día y aún así me aguanta…es porque debo servir para mucho, y bien, muuuuy bien, de noche ;) . Punto pelota

viernes, 29 de enero de 2016

RELATO: TELÓN

Según la víctima, una anciana pensionista, un hombre la había arrastrado hasta interior del portal y la había golpeado para robarle lo poco que llevaba en el bolso. La pobre mujer, con la mirada perdida, tenía un brazo amoratado y lloraba a moco tendido. ¡Menudo hijo de puta!
 
Tras tranquilizar a la pobre anciana, el comisario salió a la calle y respiró el aire de la mañana. Al fondo, en la plaza principal, se veía a los técnicos desmontando el escenario del concierto de la noche anterior. El agente se mordió el labio inferior preocupado. Aquel nuevo robo ratificaba el “modus operandi” del malnacido al que perseguía desde hacía meses, autor de cinco ataques contra ancianas indefensas y del que todavía no se tenía una descripción clara. Debía admitir que en todos sus años en el cuerpo, nunca se había sentido tan impotente ni tan desesperado. No sabía por dónde empezar.
Al mirar su agenda, en la cara del comisario se dibujó una mueca de disgusto: el próximo concierto del grupo musical La Trova sería dentro de tres semanas. No quedaba mucho tiempo para pensar.
 
A la semana siguiente, el Director Musical de La Trova se dirigió al grupo en mitad del ensayo.
-Hoy tenemos que terminar aquí. Tenemos una visita importante –dijo señalando al hombre junto a la puerta.
El comisario no perdió un instante, caminó hasta el centro del local y habló con gravedad.
-Buenos días Señores, soy comisario de la policía secreta. Estoy aquí por un asunto desagradable, y por supuesto lo que aquí voy a comentar es extremadamente confidencial. ¿Está claro?
Se hizo un silencio sepulcral y el Comisario prosiguió.
 
-En los últimos cinco conciertos de La Trova se han producido robos con violencia. El cobarde al que buscamos siempre busca ancianas desvalidas a las que roba y golpea brutalmente.
El comisario hizo circular algunas impactantes fotos de las víctimas, llenas de señales y golpes, dejando a todos con la boca abierta y paralizados en las sillas. El comisario prosiguió.
- No puede ser casualidad. Hay un miserable que aprovecha los conciertos de La Trova para estas atrocidades. Y la situación es desesperada, siempre se nos escurre como una lagartija. Solo sabemos que sigue a La Trova y debemos aprovechar eso. Hemos diseñado un plan que precisa de su colaboración. Les advierto que no es un juego: hablamos de un psicópata que podría hacer cualquier cosa si se viera acorralado. Ustedes deciden.
-Creo que hablo por todos si digo que estamos a su disposición para coger a ese hijo de puta- Dijo el Director.
Todos asintieron.
Bien- dijo el Comisario- Ya les explicaré cómo tendrán que proceder en ese día. Les agradezco lo que van a hacer.
Antes de salir, el Comisario se giró para dar una última información, aún a sabiendas de la reacción que provocaría.
-Y tengan cuidado, ese miserable actúa vistiendo el atuendo del grupo, haciéndose pasar por trovero.
Un griterío de indignación invadió el local.
-¡Hijo de puta! ¡Le rompo el alma a ese cabrón! ¡Comisario, si lo pillan déjenoslo a nosotros!
Doña Laura, que paseaba por la plaza haciendo tiempo para el concierto, quedó encantada con el amable chico que se ofreció a ayudarla a cruzar la calle. Al reparar en su atuendo de camisa negra con manga larga y pantalón dio un salto.
-¡Vaya! Tú eres de la Trova.
- Me ha pillado, Señora –dijo él hombre fingiendo vergüenza-, deje que le lleve las bolsas.
Al llegar a una esquina, intentó apartar a su presa.
 
-Mire, tengo aquí nuestro último CD ¿Quiere usted verlo?- le dijo tomándola por el brazo.
Pero cuando ya la confiada mujer se acercaba a la trampa, una estrepitosa voz sonó por los altavoces de la plaza.
-¡Por favor, todos los miembros de La Trova que suban al escenario, vamos a empezar enseguida!
-¡Por favor si alguien ve a algún miembro de La Trova que lo avise, que vamos a empezar!
Los mensajes se repetían sin parar a todo volumen. Imposible no oírlos. El ladrón miró su reloj. ¡No podía ser, aún quedaba más una hora! ¿Y qué era eso de llamar a los componentes por altavoz? ¿Era nuevo?
La viejecita dio un salto de alegría y se puso a gritar y a hacer señas en medio de la calle
-¡Aquí hay uno! ¡Aquí hay un trovero! ¡Enseguida va! ¡Enseguida sube!
Todos los que estaban alrededor se unieron a sus gritos señalando al “trovero” y animándolo a subir con sus compañeros. El ladrón miró al escenario. La Trova iba apareciendo sobre la tarima. ¿La Trova? …No podía ser…Pero ¿Qué era eso? En vez de la indumentaria negra de siempre, se divisaba una colorida imagen carmín sobre el escenario ¡Los treinta componentes del grupo lucían camisas de color rojo en vez de su habitual camisa negra! ¡ROJO! ¡No podía ser! ¡No podía ser! El ladrón se puso pálido. Doña Laura también se había fijado en el grupo.
- ¡Oye, no van como tú! -dijo extrañada.
El hombre ya no la oía. Comprendiendo la trampa corría calle arriba para alejarse del escenario, pero una pareja de policías, alertada por los gritos de Doña Laura y los demás, le cerraba el paso. Se giró entonces rápido hacia la plaza para mezclarse entre la multitud, pero al ver más policías en las bocacalles no tuvo otra salida que dirigirse directamente hacia el escenario. Empujando y apartando a la gente subió la escalinata y de un manotazo le quitó el micrófono al presentador.
De repente, el miserable se vio en escena con todas las miradas de puestas en él, micrófono en mano y con La Trova detrás. Y entonces, sin que nadie entendiera porqué, aquel hombre comenzó a gritar palabras inconexas, a recitar trozos de poesías, y a autoproclamarse el enviado de Dios. Estaba de atar. Los troveros, quietos sobre el escenario según el plan, se miraron pensando que aquel pobre desgraciado lo que en realidad necesitaba era un buen loquero. Hasta daba más pena otra cosa. Pero entonces aquel “presunto pobre loco” cometió un grave error.
Tapando el micrófono con una mano se dio la vuelta y guiñó un ojo a los componentes de La Trova, diciéndoles por lo bajo:
-Gracias por el micro chicos, con este discursito paranoide ya no seré un abominable ladrón de ancianas, sino un pobre loco digno de lástima. Me darán una pastillita… y a la calle otra vez.
Y sonrió satisfecho.
Nunca se supo qué trovero cortó la cuerda del telón, que cayó de improviso, pero una vez el escenario quedó fuera de la vista del público, sobrevino un ruidoso escándalo de platillos, trompetas, bombos y voces que tan solo duró unos segundos. Tras un instante de silencio, un cuerpo semidesnudo salió rodando por debajo del telón yendo a caer como un fardo al pie del escenario, justo en el momento en que llegaban varios policías.
Un agente le dio la vuelta al cuerpo. A aquel desgraciado hijo de mala madre le habían arrancado la camisa negra de La Trova y yacía lleno de hematomas y golpes. En el pecho, la espalda y el abdomen tenía clavadas varias baquetas de percusión, algunas púas de guitarra, el mango de una maraca, un trozo de flauta y un pie de atril. De su nariz sobresalía lo que parecía ser un palo metálico de triángulo y, aquello era lo más increíble, alguien le había metido un micrófono por el ano. Hasta la mismísima empuñadura.
 
Inesperadamente el telón subió de nuevo. La Trova ya estaba preparada. Los instrumentos de primera fila se veían doblados y golpeados, el coro se agolpaba para compartir los pocos micrófonos que quedaban en pié y los percusionistas, ya sin nada con lo que aporrear los instrumentos, se limitaban a hacer palmas. Aparte de eso, todos parecían un poco arrugados y despeinados. Nada más. El público, que se había percatado de todo, empezó a aplaudir y a vitorear al grupo y la policía, sin saber cómo reaccionar, optó por evitar escándalos mayores y retiró el cuerpo rápidamente del pie del escenario, dejando que comenzara el concierto.
-Está muy maltrecho pero vivirá, es difícil acabar con estas sabandijas -dijo el enfermero al comisario mientras subían al herido a la ambulancia.
 
El comisario se encogió de hombros; le importaba un carajo lo que le pasara a esa escoria. Lo único importante era que las ancianas de su barrio ya podían pasear tranquilas. Comenzó a tatarear el tema de La Trova que había oído en los ensayos y que empezaba a oírse ahora por la megafonía: “La vida es mucho mejor olvida tus penas…”, y se sentó en el coche patrulla a escribir su informe de los hechos:
 
“Politraumatismo por caída accidental sobre instrumentos en el escenario, y por tomar asiento indebidamente sobre un micrófono”.
Escribía siguiendo el ritmo de la música con su bolígrafo. Y tatareando  “…cambiando las cosas malas por las cosas buenas…”.

martes, 12 de enero de 2016

RELATO: RAÚL

Me es difícil recordar cómo y cuándo se formó aquel grupo de amigos. Fue uno de esos pocos momentos de la vida en que notas cómo se alinean las estrellas, te sientes inusualmente cómodo y asistes al siempre feliz nacimiento de nuevas complicidades.

Aún así, a pesar del flechazo, todos los allí presentes éramos conscientes de la temporalidad del asunto: Seríamos otro de esos grupos bien avenidos pero con fecha de caducidad, de los que nacen y crecen a partir de unas circunstancias concretas, para morir el mismo día en que esas circunstancias desaparecen.

Desde el primer momento, como en todo grupo que se precie, se hizo el reparto de papeles: el simpático, el profundo, el listillo…. y a Raúl le tocó el más ingrato: ser el blanco de las bromas, el pringado, el prescindible. Un papel difícil lo crean o no, y sólo interpretable por buenas personas.

Raúl siempre aceptó nuestras pesadas bromas con buenas palabras, pasando por alto nuestros constantes desplantes y feos. Con su exquisita paciencia y su eterna sonrisa encajaba los golpes como un saco de boxeo, sin jamás devolver uno, y reconozco que yo, en aquella mi lejana y joven ignorancia, era uno más en el cruel juego de hacer de él continua diana de chistes y chascarrillos. Siempre creí que para reafirmar nuestra amistad le bastaba con esos pocos momentos privados, a solas con cada uno de nosotros, en los que la falta de público nos hacía algo más humanos.

Un buen día Raúl dejó de coger el teléfono, de responder a nuestros mensajes y de dejarse ver por el bar. Por terceros conocidos sabíamos que nada extraño le había ocurrido, que seguía en el barrio csu rutina de siempre, y que no se había casado ni mudado a otro planeta. Aunque nos costó entenderlo al principio, al final acabamos por asumir que Raul había decidido que nosotros no debíamos estar en su vida. Así de simple. Y si antes dije que no sabía cómo y cuándo había nacido aquel grupo de amigos, lo que sí sé es que en ese mismo día murió.
Ya el simpático no contaba con una víctima propiciatoria para sus chistes, el listillo ya no tenía un tonto con quien medirse y a quien humillar, y al profundo le faltaba un alma cándida que simulara asombro y admiración ante sus pomposas frases tipo “Coelho”. Todo papel precisa de un alter ego y Raúl nos lo daba a todos, sin él estábamos perdidos y el grupo, sin un blanco común, no tardó en disolverse.

El tiempo pasó, y la vida nos hizo dar mil vueltas de campana.

El día que me topé con Raúl, después de varios años, me afloró cierto sentimiento de culpabilidad. Nos sentamos a tomar un café y nos contamos. Y aprendí como nunca. Oyendo a Raúl me di cuenta de que la soledad y la marginación, los mejores maestros, habían moldeado a un hombre grande, enorme e infinito, con una visión del mundo y del alma humana amplia y diversa, totalmente inalcanzable para mí. En el relato de sus mil vivencias y de su exitosa vida ni por un instante vino a recordar nuestras crueldades de aquellos tiempos, ni asomó a sus ojos signo alguno de rencor. Solo vi en ellos la alegría del reencuentro con un viejo amigo y la misma sonrisa bonachona que nos mostraba en los viejos tiempos.

Cuando me contó que dedicaba parte de su tiempo a grupos de jóvenes marginados para enseñar su experiencia imaginé mi papel en aquellas charlas. Me sentí lleno de vergüenza y mis ojos se humedecieron. Raul me sonrió entendiéndolo al instante y, como quien consuela a un niño pequeño, me abrazó y me susurró al oído su última lección: “No sientas vergüenza, amigo. Gracias a ti soy fuerte”.

Por curiosidad he asistido – y lo sigo haciendo-  a algunas de sus charlas. Para seguir aprendiendo.