miércoles, 13 de abril de 2016

RELATO: BRICOFELICIDAD

Lo encontré al fondo de la librería, en la sección de Bricolaje, cuando buscaba algún manual para meterle mano al maldito grifo de la cocina. Allí, casi invisible, entre el “Alicáteselo usted mismo” y el “Carpintero por un día”, me llamó la atención un sugerente título: “Bricofelicidad: sea feliz en tres pasos”.
Era obvio que el libro, que no tenía autor, había ido a parar a dónde no debía.  Sin duda el librero se había dejado llevar por el título y lo había ubicado entre los bricolajes y las bricomanías, en vez de ponerlo en los estantes propios de su temática, ya saben: las autoayudas, los karmas, los coachings y todo ese lío.
Metí el dedo en el estrecho hueco por encima del libro y tiré de él. Cómo si los gruesos volúmenes que lo escoltaban se resistieran a dejarlo marchar, tuve que insistir con fuerza hasta que pude arrancarlo de la estantería. El ejemplar era ciertamente pequeño y delgado; con no más de 20 o 25 páginas. Ya en mi mano, lo abrí para ojearlo…y en el segundo renglón ya estaba atrapado.
Línea tras línea, párrafo tras párrafo, la lectura me iba descubriendo verdades diáfanas y evidentes que, increíblemente, hasta ese instante, habían estado totalmente ocultas para mí, y creo que para cualquiera. Conforme iba avanzando notaba que se ensanchaba mi horizonte y se avivaba mi mente, como si yo no fuera más que un bebé al que le enseñan sus primeras palabras. Y cada reflexión implicaba un replanteo absoluto de mis más fuertes convicciones, con una nueva visión de la vida y del mundo, mucho más positiva y mucho más creativa.
Sobrepasado por la situación, cerré el libro de golpe. Eran demasiadas verdades, demasiada luz, demasiado impacto. Abrumador y excesivo para un solo día. Pero me sentía feliz. Agarré con fuerza el libro y me dirigí a la caja. Cuando el viejo librero me vio llegar al mostrador con él en la mano y se sonrió.
-Buena elección joven – me dijo- aunque sin duda lo mejor de ese libro es el epilogo.
La curiosidad me detuvo por un momento y me giré de nuevo hacia el pasillo simulando un olvido. De nuevo en la intimidad, abrí el libro por su última página y leí:
“Querido amigo: Este sencillo manual no ha sido escrito por nadie que conozcas, siquiera por nadie que esté vivo, o que haya vivido. Incluso quizá por nadie que haya pisado este planeta. Sé cómo te sientes y el cambio que tu alma acaba de sufrir. Entiendo tus dudas, tus miedos y tus  preguntas, así como también sé que quieres este libro, que lo quieres por encima de todas las cosas, para que esté en tu mesita de noche, para que sea tu biblia, para obedecerlo como guía de vida. Pero debes saber que en esta “Bricofelicidad: sea feliz en tres pasos” el primer paso debes darlo tú.
No existen muchos ejemplares de este manual, probablemente, a estas alturas, ninguno aparte del que tienes en tus manos. Por eso te pido que, puesto que el primer paso hacia a la felicidad es compartir, lo dejes en la estantería para que otros tengan la misma suerte que tú. Si te lo llevas, si lo compras y te lo quedas solo para ti, ya nada de lo que has sentido funcionará”.
Ha pasado ya tiempo, mucho más del necesario para pensar y entender. Tanto, que al fin he sabido descifrar el mensaje del libro. En realidad no eran tres pasos, sino solo uno. Era solo uno, no me cabe la menor duda, porque cada vez que recuerdo que fui capaz de dejarlo allí, me siento profundamente feliz

martes, 12 de abril de 2016

RELATO: CAMPESINA CON BODEGÓN

Nunca estaremos juntos. El tiempo y el espacio han jugado en nuestra contra. Y además lo han hecho con premeditación y alevosía, para hacernos daño, para buscar sangre y clavarnos su aguijón con saña. ¿Porqué sino hubiera querido el maldito destino que nos encontrásemos? ¿Qué otro perverso fin podía tener reservado para lo nuestro?
 
La culpa es del maestro, de su genio, de su inmenso arte. Maldito sea. Por él te conocí, por él sé que fuiste real, y por él me atrapó tu rostro. Porque una vez que me detuve ante el lienzo y tus ojos tristes se posaron en los míos, mi vida dejó de ser mía. 
Recuerdo nuestro primer día, yo paseándome por los pasillos y tú rodeada de cientos de curiosos que te fotografiaban. Para ellos solo eras una obra de arte, una más. La enésima y anónima “campesina con bodegón” a mayor gloria de un pintor de época, en la que todos admiraban la técnica, el color, la mezcla, la profundidad, la luz,…pero sin saber ir más allá. Nunca te entendieron, nunca te vieron como yo, nunca te quisieron. Y por eso sé que aquel día, entre la multitud, sólo me mirabas a mí, a mí, porque yo era el único que entendía tu mirada.
Desde aquel momento no dejé de buscarte, de investigarte. Sé quién eres, sé quién fuiste. Donde naciste, cuándo viviste, dónde, con quién. Sé cada detalle de tu vida y de tu prematura y dolorosa muerte.
Y fue el día en que te encontré, en el pequeño cementerio de aquella fría y alejada aldea del norte, cuando todo cambió y donde todo cobró sentido. Allí, tu nombre y tu famoso personaje aparecían, apenas legibles por el paso del tiempo, sobre una lápida de piedra envejecida y gastada: “Hellen van Peer. Campesina del bodegón. (1732-1764)”. Aunque han pasado muchos años desde entonces, y ya soy un anciano, recuerdo perfectamente que caí de rodillas y lloré como un niño al entender como tú, desde mucho antes, habías asegurado nuestra victoria sobre el espacio y el tiempo, esa desigual batalla que yo siempre di por perdida. Y al comprender cómo habías sabido vencer a nuestro destino maldito, y con qué sabiduría habías sabido reírte de él.
 
Era ese hueco vacío junto a tu tumba, inexplicablemente respetado por todos a pesar del tiempo y coronado por una lápida con una inscripción. Al limpiarla y apartar la tierra y la hojarasca no pude contener un grito al ver que sobre ella, también apenas legibles por el tiempo, figuraban mi nombre y mi fecha de nacimiento. Y supe, feliz, en realidad como siempre había sabido, que tú me esperabas.
Como dije antes, soy muy anciano, mucho. Tanto que ya he sobrevivido a todos mis amigos y conocidos. Y sé porqué.
Es el destino, que se resiste a perder en su propio juego, y sólo le queda hacer trampas. Aquel maldito destino que una vez quiso hacer de lo nuestro una broma y que ahora está tan fuera de sí, tan lleno de rabia, que se atreve incluso a desafiar a la muerte para demorar nuestro encuentro, mi partida. Ahora el tiempo juega en su contra, porque sabe que mi reposo será nuestra victoria.

viernes, 8 de abril de 2016

RELATO: TU PASIÓN

Si a menudo, cuando no puedes dormir, el alba te sorprende escribiendo, buscando la frase, la intención o la rima, no lo dudes, eres escritor. Da igual lo que escribas, o cómo lo escribas.

Si en una esquina de tu habitación, sobre un caballete, descansa un lienzo sobre el que estrellas a colores los trazos de tu rabia, tu pasión o tu melancolía, no lo dudes, eres pintor. No importa lo que pintes.

Si te aferras a un violín, a una voz o a una guitarra para escapar de todo y de todos y con esos acordes, aún desafinados, tu corazón vuela, entonces, digan lo que digan, y pese a quien pese, eres músico.

Es más que probable que, salvo lotería divina, no te encuentres entre los pocos elegidos tocados por el Don, el genio o el arte; que estés tan lejos de la excelencia como la noche lo está del día o, incluso, que lo que ofrezcas no llegue a ser para otros más que una absoluta mediocridad. Da igual. Todo eso te debe dar igual.

Nunca olvides que el talento que te ha sido negado no es más que un calificativo de lo verdaderamente importante: tu pasión. Al fin y al cabo, el llegar a ser un gran, buen o mal pintor; o un gran, buen o mal escritor nunca dependió de ti. Pero la necesidad de pintar o escribir sí.

Es cierto que el talento te califica, incluso te clasifica, pero nunca dejes que se arrogue el poder de definirte. Eso solo tu pasión, y tú mismo, tienen el derecho de hacerlo.