lunes, 29 de diciembre de 2014

RELATO: LA MUJER QUE TE QUIERE

La mujer que te quiere defenderá tu honor ante cualquiera que ponga en duda tu hombría. Con los ojos cerrados,y sin preguntar, estará siempre de parte de tu inocencia y tu honestidad, aunque las pruebas sean abrumadoras en tu contra. Da igual que hayas atracado un banco o secuestrado a un millonario.

La mujer que te quiere proclamará a los cuatro vientos que su hombre es bueno y generoso, y por supuesto incapaz de cosas así. Mirará a tus acusadores con odio, asco y pena, pues en el fondo pensará que sólo sienten envidia de una historia de amor semejante, impensable en sus miserables vidas.
 

La mujer que te quiere, llegado el caso y sea cual sea la monstruosidad, y si te quiere de verdad, te demostrará su amor accediendo a ser tu cómplice. Esconderá las pruebas que te condenarían y cometerá perjurio sobre la misma Biblia si es necesario, diciéndose a sí misma que en el fondo no eres malo, sino que tan sólo tuviste un mal día. Como le podría pasar a cualquiera.
 
Todo eso, no lo dudes por un instante, lo hará por tí la mujer que te quiere. Esa misma que, sin concederte derecho a defensa alguna, te dejará en la calle con lo puesto y dirá a todos que eres el mayor hijo de puta que ha pisado la tierra si su mejor amiga le cuenta que anoche, borracho en la discoteca, le tocaste el culo a otra

martes, 23 de diciembre de 2014

RELATO: YUNTEROS

Una gota le baja por el entrecejo, resbala por su nariz y se balancea un segundo en el borde hasta que , arrastrada por otra que la persigue, se despeña al vacío. Luego, como si esas primeras hubieran abierto el camino, otras muchas gotas las siguen cayendo a chorro por la frente. Hasta que Juanillo se seca el sudor con el antebrazo.

El niño, casi sin aliento, se gira hacia el sol que lo golpea implacable e inmisericorde sin darle un minuto de descanso.  Su piel y su rostro, ya resecos, no encuentran donde esconderse; no hay cobijo posible, ni sombras, ni árboles. Ante él solo un horizonte plano e inmóvil.
Juanillo mira de nuevo al cielo. El sol sigue ahí, despiadado e inevitable.

Es el mismo sol bajo el que vivieron y se mataron a trabajar sus abuelos. Sus abuelos. Niños y niñas hechos hombres y mujeres a la fuerza. Niños y niñas sin juegos, sin risas. Sin niñez. Niños  yunteros.
A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.
(Miguel Hernández)

Juanillo se pone en pie. Ya no aguanta el calor.
Y cuando por fin recibe el ansiado permiso de los mayores, corre hasta la orilla y se zambulle en las frías aguas del Atlántico. Y Chapotea y juega con las olas, riendo y jugando con otros niños.

¡Vaya día de playa!
Sus muy ancianos abuelos, enfundados en sus antiguos bañadores negros de siempre y cubiertos con sus sempiternos sombreros de paja le devuelven el saludo desde la arena. Juanillo nunca sabrá que para ellos, él es su premio. Lo pasado no importa: su nieto no es un yuntero.

lunes, 15 de diciembre de 2014

RELATO:TIRANOSAURIUS REX

Aquella enorme criatura lo aplastaba todo a su paso.  Su posición en lo alto de pirámide, sin nadie por encima a quien temer, le permitía arrasar y tomar lo que se le antojara sin que nada ni nadie se atreviera a toserle.

El inmisericorde orden de las cosas, el de unos arriba y otros abajo,  le había colocado en la cúspide otorgándole derecho de pernada con todas las hembras a su alcance y obligando a otros seres menores,  de existencias insignificantes,  a sacrificar sus miserables vidas por la suya.

Cada mañana ese Rex afinaba sus sentidos en busca de presas, olisqueando aquí y allá por todo su territorio. Ante su  inesperada presencia sólo quedaba cerrar los ojos, guardar silencio sin mover ni un músculo, e intentar mimetizarse con el paisaje para que eligiera a otro pobre desgraciado como plato principal de su festín. Y sobrevivir. Al menos por otro día.
Efectivamente, D. Mauricio pasaba las mañanas en su oficina devorando empleados a los que apresaba y exprimía con el exiguo cebo de unas pocas monedas.  Se paseaba a sus anchas por los pasillos de la empresa sabiéndose el único depredador de su jungla particular, en la que solo se daba entrada a niñas bonitas sin cualificación ni opciones, y a hipotecados e indefensos padres de familia. Gente “encadenable” de por vida.   

Sí, D. Mauricio era el auténtico Rex. Despiadado, sin escrúpulos, sin conciencia y  feliz  con el temor que provocaba.
Y aún hay quien dice que se extinguieron.

jueves, 11 de diciembre de 2014

martes, 25 de noviembre de 2014

RELATO: UN HUECO

Aquel viernes salí un par de horas antes del trabajo, así que quise dar una sorpresa a mi mujer. Una vez entré por la puerta principal de mi casa opté me descalcé con la idea de darle  un buen susto y reírnos un rato, pero mientras avanzaba sigilosamente por el pasillo una inquietud se apoderó de mí, pues a mis oídos llegaban nítidamente unas risas que procedían  del dormitorio.

La puerta de la alcoba estaba cerrada – qué raro-, así que pegué mi oreja a la puerta. Y las risas y las voces llegaron esta vez claramente a mi oído. 
Antes de dar rienda suelta a mis emociones quise asegurarme de lo que estaba ocurriendo, así que me agaché y escudriñé por la cerradura. Allí estaban, en la cama abrazándose y riendo. Un escalofrío de celos recorrió mi columna vertebral y se aferró a mi estómago,  pero me controlé, respiré hondo y decidí seguir observando, buscando cualquier detalle que me diera más pistas sobre el alcance de lo que estaba viendo.
Pero aquello fue peor. La envidia de que compartieran cama no fue nada. Nada comparada con la de ver la felicidad de mi mujer al ser acariciada con tanta ternura; ni con la de ver su rostro destilando felicidad con cada cuchicheo, con cada secreto susurrado en su oído. Desde la mirilla tan solo se divisaba complicidad pura. Plena y total complicidad.
Tras varios minutos tras la cerradura tuve que admitir que estaba ante una comunión perfecta, en la que realmente era yo el que estaba de más y, les podrá parecer ridículo, hasta me dio pena tener que interrumpir  tal momento.

Abrí la puerta. Las caras se giraron hacia mí con sorpresa.  Estaba claro que no me esperaban.
Entonces, como si se apiadaran de mí y hubieran adivinado mis sentimientos, se hicieron a un lado y me dejaron un hueco.

Mi hija, sabiéndose usurpadora de mi espacio en la cama, me dedicó un piadoso ¡ven Papi!, y me lanzó un beso en la mejilla. Con socarrona sonrisa miraba a mi mujer mientras me besaba, y yo era consciente del diálogo de miradas entre las dos mujeres de mi vida, un diálogo madre-hija inescrutable, indestructible e indescifrable, en el que yo no era más que la pobre víctima, un bufón objeto de cariñosa burla. Una mascota a la que se cuida y se da calor.
Cada día, a la hora de los juegos, entre las dos me manejan como a una marioneta mientras se ríen a carcajadas de mis inarticulados y torpes movimientos. Ellas mueven los hilos y a mí, por más que me duela, solo me queda mirarlas con ternura.

Ya saben… solo soy el padre.

martes, 18 de noviembre de 2014

RELATO: MI UTOPÍA

En el alma del hombre está la repuesta. No queda otro camino. Hay que apelar a la humanidad latente en nosotros, a las fibras de nuestro ser, a los genes de nuestros ancestros, antes de que se pierda para siempre todo aquello que nos distingue de los animales.

La historia nos lo dice: Fueron siempre unos pocos los que manipularon a muchos para alcanzar gloria, riqueza y poder. Nunca existió un padre que de verdad quisiera enviar a su hijo a luchar y a morir a la batalla, y jamás madre alguna deseó que se arrasara la aldea vecina y violaran a todas sus niñas. Todo horror, toda venganza, sucedió siempre porque una bestia inhumana quiso iniciarla en su propio interés. El ser humano no es un animal, porque si lo fuera todo estaría perdido.

El error de base –el fallo capital-, ha sido creer que un  “ser humano” es todo aquello que tenga forma humana y haya nacido de la unión de un hombre y una mujer. Y no es así, no lo es.  Un “ser humano” -uno auténtico- tiene emociones, sufre  -o al menos siente vergüenza-  con el dolor de los demás, siente empatía instintiva hacia los desfavorecidos, se indigna ante la injusticia y la impotencia y es, por encima todo, compasivo.
Y ha sido precisamente la bondad del ser humano, su inocencia,  lo que ha dado alas a esas bestias que medran entre nosotros. Son alimañas que han sabido trepar a lo más alto para masacrarnos a todos sin piedad. ¡Miserables!

Pero cierro los ojos. Y tomo aire.
Y entonces veo, allá a lo lejos, en mi utopía, las siluetas de los que van a salvarnos a todos. Son pocos, y nunca conscientes de su fuerza real, de su poder y de sus propias posibilidades. Pero plenos de talento, de talento y de magia. Con su peculiar arsenal pueden separar lo humano de lo animal, saben cómo se debe luchar contra el instinto: siempre a base de sensibilidad e imaginación. Gracias a ellos y solo a ellos podremos empezar de nuevo, desde cero si es preciso.

Son los poetas y sus poesías, los mal llamados soñadores -¿soñadores? ¿Por qué? ¿Quién lo dice? ¿Quién determina lo que puede llegar a ser realidad y lo que no?- Yo los veo en mi utopía.
¡Ellos nos devolverán la dignidad perdida! ¡Y hay tantos a los que seguir! : Cyrano, Lorca, el principito, Whitman, Neruda… Genios, genios tan lejos de las bestias como el día de la noche. 

Tan solo de su mano aprenderemos a confiar más en quien dio una limosna que en quien sacó una matrícula en Harvard; solo con ellos sabremos dar el mando, sin temor, al que acogió a un sin techo y no al de la foto con sonrisa de cartel, y nos atreveremos a encumbrar a los mil héroes anónimos que ayudan al prójimo al lugar que les corresponde; el que hoy ocupan esos cascarones vacíos que alimentan noticieros y tertulias.  
Yo sé que mi utopía no está sola, sé que viaja junto a  mucha gente común, sin más aspiraciones que las justas. Sé que camina en la mejor compañía, con los que jamás levantarán la mano por entender que postularse para mandar es ya de por sí un acto arrogante y pretencioso; un acto impensable en Cyrano, e irracional para el principito.

Con ellos, con Whitman, con Lorca, con Neruda y con otras mil utopías, como una más, viaja la mía.

martes, 11 de noviembre de 2014

RELATO: UNO

No podía ayudar a todos. Eran demasiados. Pero cada vez que uno de esos seres desamparados clavaba su mirada en él, el dolor le traspasaba y se sentía miserable, culpable, parte del plan. Debía hacer algo, agradecer de alguna manera su buena fortuna, compartir un poco más.

Así que se decidió. Empezaría  poco a poco. Uno al día, a lo sumo  dos. El primer día se acercó a uno de ellos.

-  Perdone señor ¿tiene un momento? ¡No, no voy a pedirle nada!  Solo quiero que se siente aquí en el suelo conmigo y que se afloje esa corbata, para que respire. ¡Mire, mire el cielo que tenemos hoy!

El hombre, sorprendido, se sentó junto al mendigo, se aflojó el nudo que le atenazaba el cuello y alzó el rostro. Su cara, hasta ese momento tensa y crispada por la prisa, se inundó de sol. Y por primera vez en el día, sonrió.
Uno.

viernes, 7 de noviembre de 2014

RELATO: ESA COSA

Nunca se sabe cuando ESA COSA aparece, ni porqué. A veces le da por saltar a lo loco sobre tu espalda, desde una ventana o un cuarto piso; otras sale a tu encuentro disimuladamente, pidiéndote fuego o preguntándote la hora para abalanzarse sobre ti al menor descuido y, a veces, incluso, se limita a caminar a tu lado ajustando su paso al tuyo, sin que apenas te des cuenta de su presencia, hasta que ya es demasiado tarde y no sabes estar sin su compañía.  
 
En cualquier caso, sea como fuere, debes saber que  ESA COSA de rostro angelical puede abrirte en canal con un solo mandoble de su espada, o ahogarte lentamente bajo una inesperada y tupida lluvia de flores y hojas secas, o - es lo que más le gusta- arrancarte el corazón de cuajo dejándolo latir en sus manos unos interminables segundos, antes de aplastarlo sin piedad.
 
Puede hacerlo. Todo esto puede hacerlo ESA COSA en un instante. No lo dudes ni por un momento. 
 
Otras muchas veces le da por jugar al gato y al ratón contigo antes de asestarte su golpe final. En esas ocasiones aprovecha cobardemente tu miedo a la soledad para burlase de ti; te hipnotiza poniendo ante tus ojos una felicidad irreal, o una esperanza ciega, o una ilusión ficticia; falsos espejismos. Colorea cruelmente tus fantasías para luego ir difuminándolas poco a poco, hasta dejarlas en un triste tono gris.
 
Y es que nada hay más cruel que ESA COSA, si quiere serlo.
 

Pero cuando tu suerte es otra, ESA COSA, la misma, obra el milagro de resucitarte, de devolverte a la vida y de rescatarte del más profundo agujero. Convierte tu camino en un bello paseo y te mantiene a salvo de alimañas y de los peores espectros: la malicia, el egoísmo, el compromiso… y te hace feliz.
 
Pero lo más importante es sin duda saber que, ya sea dulce o cruel, ya venga llena de verdades o de mentiras, nunca -NUNCA- debes despreciarla. Porque ESA COSA es lo que al final da sentido a todo y por lo que en realidad estamos aquí. Es el madero que queda flotando tras cada naufragio, y al que tendrás que agarrarte para seguir respirando.
 
Así que ya sabes. Da igual si te ha tocado ser maltratado o bendecido, da igual que ESA COSA te haya abierto cien veces en canal o que otras tantas veces te haya arrancado el corazón. Da igual si hizo de tu vida un maravilloso paseo entre frutales o el infierno más absoluto. Da igual.
 
Tú no olvides jamás que mientras estuviste por aquí nunca te rajaste, que siempre que ESA COSA quiso jugaste a su juego, con sus caprichosas reglas. Y no olvides que lo jugaste sin miedo, hasta el final. Es preciso que no lo olvides porque así, cuando te llegue el día, te irás con mil cicatrices pero con el orgullo intacto y sabiendo que, digan lo que digan, ha merecido la pena.

viernes, 31 de octubre de 2014

RELATO: EL ENCUENTRO

 Tras varios años de tiras y aflojas tocaba dar un paso más, probablemente el definitivo. Ambos querían -necesitaban- comprobar si  tantas palabras comprometidas tenían un sentido,  si todo lo dicho y hablado  era algo más que puro humo. Ambos ansiaban ya un “momento de la verdad”, ver las  cartas del otro boca arriba. 

Así que fijaron una fecha para el encuentro. Dos semanas.
 
En los primeros días tras tan definitiva decisión la ilusión les espoleó. Fueron días de comunicación  fluida y continua, de prepararse para el momento, de no decepcionar, de parecerse exactamente a lo que el otro esperaba; pero conforme se iba acercando el día  el nerviosismo fue ganando terreno. Surgieron las lógicas dudas y mucho de lo que hasta ese momento se había dado por válido, comenzó a cuestionarse.
-¿De verdad vas a ser tan increíble como aparentas? ¿No será una pose lo tuyo?
- ¿Y tú? ¡Me parece imposible que exista alguien tan simpática!¡Habrá que comprobarlo!
Quizá no fuera una buena idea. Quizá debieran esperar un poco más, ¡qué sé yo!  contarse más cosas antes de dar el paso. Lo cierto es que el miedo a la decepción les sobrevoló durante esas dos largas semanas. ¿Cómo sería ese encuentro? ¿Qué se dirían? ¿Cómo reaccionarían?  Miedo, había mucho miedo, pero tarde o temprano tenía que suceder pues una relación no podía mantenerse así, en constante incertidumbre, sin que la vida de uno fuera parte real y total de la del otro.
Llegó el día. Cada uno respiró hondo frente a su ordenador. No había marcha atrás.
Tal y como habían convenido, ella le envió una solicitud de amistad y él la aceptó. Diez minutos más tarde se vieron en el salón. Como siempre, se sentaron juntos en el sofá, frente a la televisión, sin decir palabra. Pero hoy era distinto.
Hoy, tras diez años de convivencia,  por fin había llegado el momento de ponerlo todo en el asador, de conocerse de verdad, sin secretos. Allí, en la red, donde nada se esconde.

lunes, 27 de octubre de 2014

RELATO: EL NIÑO FEO

 
¡Se llevan al niño feo! ¡Se llevan al niño feo!

La noticia corrió como la pólvora por todo el orfanato. Pero nadie lo creía. A esas alturas, todos daban por hecho que Boris, al que incluso las monjas llamaban “el niño feo”, se quedaría allí hasta que cumpliera la mayoría de edad y llegara el momento de tener que buscarse la vida en la calle.

Habían sido cientos de entrevistas, de esperanzas, a las que Boris siempre había acudido con la mejor de sus sonrisas y con cariño a manos llenas, pero todas las parejas se fijaban únicamente en sus rasgos indígenas y en su acentuado estrabismo, sin reparar en la hermosa sonrisa escondida tras aquella boca torcida repleta de dientes descolocados. Él nunca fue el elegido, pero aún así se alegraba cada vez que algún otro encontraba un lugar, una familia y un futuro. En su generosa inocencia no cabía el rencor, aunque el premio fuera siempre para uno más rubio, o de ojos más claros, o con más gracia. Más perfecto. 

Con la crueldad inherente a los niños, las burlas y los corrillos siguieron durante semanas.

- ¿No creerás de verdad que van a venir a por ti?
- Esos se equivocaron y pensaron que esto era un zoológico. Ja, ja, ja.
- ¡niño feo!¡niño feo!¡niño feo!

Angélica acariciaba el rostro de su hijo, sus labios torcidos, su tez morena, su pelo negro. Así es como quería pasar sus últimos momentos, frente a él. Sus miradas se despedían, pues a ella apenas le quedaba aliento para unas horas. Boris hizo una seña a su mujer y a sus hijos, que lloraban desconsoladamente, para que se acercaran también a abrazarla.

-No eres consciente de la felicidad que has traído a mi vida, "niño feo” –dijo Angélica a su hijo.

-El, cumpliendo con el chascarrillo que mantuvieron toda la vida, le dedicó una exagerada mueca de feo y sonrió antes de responderle.

- Si, ya sabes, el más feo del mundo, mamá.

Ella cerró los ojos lentamente y se fue en paz. 
 
Tal y como ya habían convenido, esa misma tarde Boris abrazó a su mujer y a sus hijos despidiéndose de ellos hasta su vuelta. Iba orgulloso de ser quien era, de sus orígenes, de su familia, de lo que estaba a punto de hacer. Si, iba a traer a casa, con los suyos, lo más prometido, lo más deseado. 

Iba a buscar un niño feo.

jueves, 23 de octubre de 2014

RELATO: PUERTA ABIERTA

(A mi hija Carlota)

PUERTA ABIERTA

Ha vuelto, pero la sigo echando de menos. Me mira con sus ojos de brillo nuevo mientras ríe y me cuenta alegre de lo suyo, de su vida, de sus cosas. Y me besa. Y yo la abrazo y me siento morir, pues aún allí, entre mis brazos, la sigo echando de menos.
 
Porque sé que dentro de poco me tocará llevarla por última vez al cruce de caminos, para que escoja uno. Conociéndola sé que no tendré que empujarla para que se adentre en él. Sé que lo hará sin mirar atrás, riendo y sin lástima por mí. Después de mis mil “Te quiero”, cuando esté lejos, le gritaré bien fuerte lo último que quiero que oiga de mi, mi despedida: “¡YO SE QUE ME QUIERES!”
Pues yo no podría soportar que, al girar la cabeza a lo lejos, sufriera pensando que no me lo ha dicho lo suficiente.
Aquí solo quedará una puerta. Lo demás ya no importará. Solo una puerta. Siempre abierta
 
(De "Mirtokistán y otros relatos" - Antonio Arias)

domingo, 19 de octubre de 2014

RELATO: LO FUNDAMENTAL

Todo empezó con un problema en su seno derecho. Se le amputó. Por otro lado, hubo que hacer lo propio con mi pierna izquierda por la picadura de un mal bicho. Mala suerte. Debo reconocer que fue un tiempo de malos tragos, pero las prótesis ya eran una realidad por aquel entonces y esas faltas corporales apenas si se notaron por lo que, a pesar de las lógicas dudas iniciales, nuestras vidas no cambiaron en lo más mínimo. 


Un accidente de coche propició, algunos años más tarde, una segunda tacada de operaciones e implantes. Una pierna izquierda y un brazo derecho para ella, y un brazo izquierdo para mí. Lo cierto es que la medicina había avanzado como nunca y los artilugios mecánicos de última generación eran más funcionales y prácticos incluso que los miembros amputados así que, como ya ocurriera la primera vez, no nos costó acostumbrarnos a la nueva fisonomía y necesidades del otro, y hacer que nuestras vidas siguieran sin cambiar en lo más mínimo.

Ya con avanzada edad, los avances tecnológicos nos ofrecieron la alternativa de quedarnos por aquí unos cuantos años más. Por supuesto, no quisimos renunciar a dicha alternativa, aunque tuviéramos que vivirlos con casi todo de prestado: prótesis de plástico para los órganos, corazones de PVC, respiradores metálicos externos, ojos biónicos, implantes cocleares, y un largo etcétera. Aunque ninguno conservábamos ya ni la cuarta parte del cuerpo con el que nos conocimos, a esas alturas ya empezábamos a tomarnos a risa nuestros aspectos, y entonces sí que todo comenzó a cambiar. Pero, para nuestra sorpresa, para mejor. Para mejor porque todo lo pasado, todo lo sufrido, había servido para eliminar dudas, para desterrar miedos y para hacernos vivir confortablemente, en la más absoluta confianza, en brazos de la certeza en el otro.

Así que hoy seguimos juntos, con el brillo intacto y la risa abierta, dando gracias al destino por habernos unido y preocupándonos únicamente en cuidarnos mutuamente, sin bajar los brazos (los que nos quedan). Seguimos aferrándonos cada día el uno al otro, sin soltarnos un ápice y pidiendo a Dios que nunca se pudra y tengamos que amputar nada de lo fundamental.


Sí, lo fundamental. Todas aquellas cosas que nos han traído juntos hasta aquí y que,  al igual que el tiempo, no admiten prótesis.

jueves, 16 de octubre de 2014

RELATO: QUIERETE

Nos ocurre a muchos a veces, aunque tampoco tan a menudo, que el alma, sin previo aviso ni notificación, pide soledad. La petición puede llegar en cualquier momento o lugar, y los que saben de qué hablo no dudan en atenderla con premura, casi como si fuera una urgencia médica.

El caso es que esa inesperada llamada al “contigo mismo” nunca respeta a nada ni a nadie; y tanto le da pillarte tranquilo en tu casa, que interrumpirte en una reunión de trabajo, que sorprenderte en medio de la pista de baile. Sea como fuere, una vez que te atrapa su íntima conversación te absorbe y te hace flotar por encima de todos los que te rodean, sin que te importe un carajo el paisaje, la música que suena o lo que te está contando el de enfrente. Te deja abducido, fuera de lugar. Solo en el mundo. 


Reconozco que tengo la (¿mala?) costumbre de pararme siempre a escuchar esa voz interna, sin reparar en las posibles consecuencias. Algunas veces, por hacerle caso, el cuerpo me pasa factura tras quedarme despierto hasta las tantas de la madrugada; otras me convierto en el blanco de chistes y comentarios por desaparecer de repente del más animado evento. A mí me merece la pena porque es muy probable que algún día ya no se me invite o no pueda asistir a esos “animados eventos”, sean los que sean; pero sí que me tendré a mí mismo para siempre. Y por ello tengo muy claro qué es lo que debo cuidar.

Los síntomas no tienen perdida: Una extraña sensación de estar solo entre la multitud, acompañada de un inesperado alejamiento de la realidad que te rodea. En los casos más extremos se llega incluso a asentir a todo con indolencia, sin saber siquiera cual es la pregunta. Es entonces cuando se ha  alcanzado el momento de éxtasis más absoluto, el del verdadero “¿qué más da?”


¿Lo eres? ¿Eres de los nuestros? ¿Te quieres? Si es así puedes decirlo sin temor, porque para cuando los que te van a llamar “rarito” abran la boca tú ya estarás a miles de kilómetros, en tu mundo, el que en realidad te importa. Un mundo solo tuyo, en el que ellos siquiera son piedras.

jueves, 9 de octubre de 2014

MI INTERIOR

Vale, de acuerdo. No soy un Adonis, ni un Brad Pitt, pero ella me dijo mil veces que no le daba le daba importancia al físico, que solo miraba en el interior. Que al cabo ya había aprendido que el tiempo estropea la cara la más bonita y que los años arrugan el cuerpo y las manos más cuidadas. Y yo, enamorado, la creí. Tonto de mí. La creí.

Aún recuerdo la primera cita, a la que acudí asustado e inseguro tras mirarme al espejo, y sus palabras, que me sonaron a música.

-“La bondad es lo que en verdad enamora”-  me decía.
-“Nunca han dejado de conquistarme unos ojos sinceros”- me aseguraba.
-“Hasta el fin del mundo iría con alguien generoso”- me prometía.

¡Mentira! ¡Mentira! ¡Mentira! ¡Mentira tras mentira!


Y además fue cruel. Antes de asestarme el hachazo permitió que llegáramos a conocernos, que intimáramos (hasta cierto punto), y que nos diéramos detalles de nuestras vidas. Pero cuando llegó el momento de la verdad, la triste realidad se impuso y no quiso por nada del mundo que la vieran de la mano con un hombre gordo, calvo y bajito. ¿Qué clase de persona podría actuar así? ¡Qué enorme decepción!

Y eso que desde el principio le hice ver que conmigo tendría una vida desahogada. Porque, además de buena gente, soy un empresario de éxito. Y honrado. No vayan a creer todo eso que publican los periódicos sobre mí.

Yo nunca he falseado nóminas para robar a mis empleados, ni he pasado maletines, ni tengo dinero en Suiza. Nada tengo que ver con la paliza que le dieron a aquel tipo que no quería venderme su casa para dar un pelotazo. Todas esas fotos y ese maldito video son un montaje de esos cabrones envidiosos a los que se les permite difamar y campar a sus anchas por aquí y por allá. Hienas, eso es lo único que hay en este país, hienas carroñeras que nos envidian a los que somos capaces de todo para triunfar en esta jodida selva.

Recuerdo el día en que ella me preguntó por todos esos titulares. Fui plenamente sincero, no quería mentirle a la que quizá fuera la futura madre de mis hijos.

-Tranquila – le dije haciéndole un guiño-, no pueden probar nada.

Se dio la vuelta y no volví a verla nunca más. No lo entiendo. Bueno, si…como ya dije antes, resultó ser como todas y no quiso que la vieran de la mano con un hombre gordo, calvo y bajito.

Así son. Me dicen que solo miran mi interior, que lo demás no importa, me dan aliento y esperanzas, pero al final las muy ... solo se fijan en mi físico.

lunes, 29 de septiembre de 2014

RELATO: LOS OJOS DE MI AMIGO

Fue una gran sorpresa para mí encontrarme con mi viejo amigo en una de esas inesperadas casualidades que ocurren de vez en cuando y que te alegran el día. Al principio, en una primera mirada, casi llegué a pensar que se trataba de otra persona, pero finalmente fue él el que me reconoció haciéndome una seña y aproximándose a mi mesa.
A partir de ese momento todo me resultó desconcertante. A medida que se acercaba volví a dudar, pues su caminar era distinto, desconocido para mí, y no tal y como yo lo recordaba. No era el suyo aquel paso resuelto y seguro que siempre pisaba firme y con decisión, sino un andar titubeante y pausado, yo casi diría que miedoso. Como si de la noche a la mañana hubiera cambiado de actitud vital, mi buen amigo sorteaba las mesas agachando la cabeza, encorvando la espalda, y pidiendo disculpas a todo y a todos, en un estado de sumisión ante el mundo que jamás pude imaginar en él.
Cuando se sentó frente a mí casi no me lo podía creer y no pude evitar abrir los ojos de par. Era como si en unos pocos meses, desde la última vez que nos vimos, le hubieran caído cien años encima. Así, de golpe. ¡Era increíble! ¡Aquello parecía ciencia ficción! Su espesa y negra mata de pelo había desaparecido, y en su lugar se veía ahora una corta alfombrilla de pelo cano. Sus ademanes y movimientos, antes arrogantes y descarados, eran ahora lentos y cautelosos, claramente gobernados por la prudencia.
Pero lo que más me llamó la atención fueron sus ojos ¡Ah, sus ojos! Lo ojos de mi amigo, que yo conocía bien, alegres y vivarachos, de mirada incansable, siempre abiertos y dispuestos a descubrir. Hoy me miraban cansados, sepultados bajo unas enormes ojeras que escondían cualquier atisbo de expresión. Aún así, en ellos, en esos ojos que no habían perdido un ápice de bondad y limpieza, reconocí mi amigo. Era el de siempre.

Y como era el de siempre hablamos durante horas y nos pusimos al día recordando viejas historias. A pesar de la confianza, no quise ser desconsiderado y no hice mención ni pregunté por su aspecto tan desmejorado. ¿Cómo era posible tal cambio? ¿Qué le pudo haber pasado en estos meses?
-Quizá una enfermedad, o un duro varapalo de esos que te da la vida-  pensé para mí.
Al despedirnos nos dimos un abrazo y le noté especialmente emocionado.
-Espero que no pasen tantos meses sin vernos otra vez- le dije
Los ojos de amigo se humedecieron al instante sin yo entender porqué, mientras me sonreía con lástima y me daba unas suaves palmadas en la mejilla con expresión comprensiva.
Entonces me tomó en sus brazos y, envolviéndome en un sentido abrazo, me susurró al oído unas palabras que me devolvieron de golpe a la realidad. Sí, a esa realidad de la que yo a menudo escapo para entremezclar mis fantasías con mil recuerdos y mil nombres; esa realidad de la que huyo, no sé desde cuándo ni porqué, para adentrarme en un mundo en el que el tiempo no pasa y en el que el espacio es infinito; un mundo mágico, mío, en el que el reloj siempre se detiene en mi momento más feliz, y en el que todo es a semejanza de como yo lo quiero ver.
Su voz, la voz de mi amigo, me despertó con la verdad, y yo supe por sus ojos que no mentía.
-Tom, querido amigo mío –me susurró llorando- hace más de cuarenta años que no nos vemos.
 

lunes, 22 de septiembre de 2014

RELATO: DE A DOS


La pareja que ocupaba aquel banco del parque apenas si se dirigía la palabra. Él ojeaba su periódico y ella leía un pequeño libro de bolsillo, mientras mantenían un silencio solo interrumpido por inaudibles monosílabos y leves movimientos de cabeza. Sin duda un dialecto propio y secreto, labrado y pulido entre ellos a base de años y paciencia.
Él, enchaquetado, parecía ser uno de esos caballeros secos y estirados del siglo pasado, de los que morirían antes que pronunciar un vergonzoso “mi amor” o un cursi “te quiero”. Ella, bajita y no muy agraciada, arrastraba el aura de chica insulsa y aburrida que persigue de por vida a las niñas educadas en exceso en las buenas maneras. Y juntos formaban una de esas parejas insípidas, casi invisibles, de las que nunca molestan pero por las que nadie pregunta ni a las que nadie echa de menos.
Como si un recuerdo le hubiera abofeteado de repente, en el rostro de él asomó una mueca de ansiedad.
--¿Te habrás tomado ya tu medicina, verdad?  -dijo a su mujer.
Ella se giró hacia él y le quitó las gafas con cuidado.
-¡Cada día lo mismo! ¡pero mira que llevas sucias las gafas! ¡Que sí pesado, la tomé antes de salir! –contestó ella mientras le limpiaba los cristales con el pañuelo.
Al cabo de un buen rato, ya de vuelta a sus respectivas lecturas, la pequeña mujer sacó de su bolso un pastillero y sin mediar palabra lo mantuvo abierto hasta que él tomó una cápsula roja. Ella lo miró de reojo antes de volver a su libro, como quien vigila a un niño, hasta estar bien segura de que se había tragado la amarga pastilla.
No hubo mucho más. La tarde transcurrió tranquilamente, sin apasionados besos ni estridentes risas, sin promesas de amor eterno ni corazones grabados en los árboles, sin sonoros “te quiero” ni aparatosos poemas. Sin verdes valles. Sin mares profundos.
Aquel día, como en otras muchas ocasiones, el amor se había disfrazado para pasear por el parque y disfrutar del sol y la brisa sin ser reconocido ni ser molestado. Feliz y desapercibido, como a él en realidad le gusta.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

RELATO: LA GRAN DAMA


Por su propia naturaleza, la Gran Dama nunca reconoce ser la invitada de mayor distinción, ni la de mayor rango o alcurnia. No aceptará jamás, aunque sea así, que su presencia es siempre la de mayor relevancia, ni que su caminar atrae todas las miradas y atenciones allá por donde pasa. Se tapa la cara renegando de la importancia y condición que le corresponden por derecho propio y esconde su rostro con vergüenza, aún siendo la más bella entre todas las bellas. Tal es su grandeza.
 
La realidad es que la Gran Dama es siempre la más esperada y cuando el invitado principal entra de su mano, todos los presentes abren sus ojos con admiración respirando aliviados

Nadie sabe qué arte tiene o de qué don divino goza, pero resulta curioso ver cómo, sin ella a su lado, la brillantez del más inteligente se convierte en pura pedantería y la buena oratoria deviene irremisiblemente en pesadez. De hecho, su mera presencia desenmascara fácilmente esas odiosas y frecuentes muestras de fingida sencillez, mostrándolas como lo que realmente son: torpes y falsas modestias.
Ella es la Gran Dama y es la madre de todas las demás. Así que mientras estés por aquí engánchate a ella, pégate a sus faldas y no te olvides de invitarla a tu gran salida triunfal, cuando te llegue el final. En ese día aprieta con fuerza su mano, pues a todos bastará el haberte visto en su compañía para recordarte con admiración y respeto. Tus demás logros no importarán.
La Gran Dama tiene nombre. Se llama humildad.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

RELATO: AMOR ETERNO

No voy a dudar de que hubieran sido felices alguna vez, al menos por un día. Ni de que entre los restos humeantes de la casa pudiera haberse encontrado algún viejo y emotivo álbum familiar con sus fotos de recién casados. No, no seré yo quien ponga en duda que en ese hogar, una vez, pudo haber paz y felicidad. Pero juzguen ustedes.


Fue la codicia. La maldita codicia.

Correctísimos en el fondo y en la forma, los mantengo en mi recuerdo como miembros preeminentes de una comunidad que los respetaba y los admiraba por lo que representaban. Tom y Angélica eran para todo el pueblo el vivo ejemplo de una pareja ideal, envidiable y perfecta. La complicidad con que intercambiaban sus miradas, el cómo se susurraban palabras al oído y las alabanzas que se dedicaban mutuamente en público eran pruebas palpables de que no podían vivir el uno sin el otro, de que estaban predestinados, de que eran seres inseparables.

Claro que todo esto ocurría solo de puertas afuera, porque bajo el techo de aquella casa se libró durante años una guerra fría, cruenta y sin prisioneros. Una guerra a muerte en la que solo podía quedar uno. Tom y Angélica, Angélica y Tom, en realidad no se aguantaban, ni se toleraban, y ambos soportaban aquel infierno únicamente por no llegar a un acuerdo en el reparto del extenso patrimonio conyugal. Sencillamente, ninguno quería renunciar a la mitad de todo. Así de claro. Eran dos ricos miserables atrapados por el vil metal.

En verdad, lo único diferente de esta historia de entre otras muchas fue la sinceridad, porque aquella pareja convivió durante más de cuarenta años sin engañarse ni un momento, es decir, sin esconderse su odio mutuo ni disimularse su rencor y sin hipocresías ni mentiras de por medio. Esto hizo que los episodios más escalofriantes fueran para ellos asuntos meramente rutinarios.
Fue normal por ejemplo que Tom casi la palmase cuando Angélica le dio el doble de su medicación ¿sin querer? O que Angélica rodara escaleras abajo al tropezar con una caja de herramientas dejada en el rellano ¿por descuido? O que a Tom le faltaran unos segundos para irse al otro barrio tras “cerrarse sola“ la puerta de la sauna, o que Angélica casi se friera electrocutada por una “mala conexión” en la tostadora. Y mucho más.

En su obsesión por librarse el uno del otro, entre ambos fueron acumulando un enorme ideario de “fortuitos y mortales accidentes caseros” que incluía todo tipo de envenenamientos, caídas, fatales olvidos, descuidos y malas suertes en general en el que no faltaban además las consabidas maldiciones, males de ojo, desapariciones paranormales y sacrificios vudús. Ideario que de haber sido publicado, y sabiendo cómo está el patio, se habría convertido sin duda en el mayor Best-Seller de la historia.
Así pues, aquella aparente pareja de afables ancianos, amigos de sus amigos y vecinos ejemplares del barrio, vivieron juntos odiándose y maldiciéndose en un estado de permanente guerrilla doméstica que no les trajo más que montañas de dolor físico e infelicidad. Allí nadie cedió nunca ni nadie dio jamás un paso atrás. Siempre estuvieron como al principio y, de no haber sucedido lo que sucedió, podían haberse pasado otros cien años así.

El final que, obvio decirlo, tenía que llegar tarde o temprano, no fue más que una tragedia fruto de la enésima mala idea. Alguno de ellos, no recuerdo si él o ella, prendió fuego a unas cortinas como parte de otro maléfico e improvisado plan, dando lugar a un forcejeo en el que cada uno quería arrastrar al otro hasta las llamas. Para cuándo los bomberos consiguieron atajar el incendio apenas pudieron rescatar dos cuerpos totalmente carbonizados.

El jefe de Bomberos resumió el sentir general al dar la noticia : "Hemos encontrado los cadáveres de un matrimonio de ancianos. Viéndose sin escapatoria han querido esperar a la muerte unidos para siempre, abrazados, y así partir de este mundo junto a su ser más amado”. El vecindario quedó prendado de aquella gran historia de amor ejemplo de compromiso y sacrificio, y por Tom y Angélica se encendieron velas y se rezaron homilías en la misa del domingo. Los niños de la escuela del barrio les dedicaron poemas e incluso al poco tiempo, a petición popular, el Ayuntamiento les dedicó un parque. Y no uno cualquiera.

Cada tarde, las parejas de enamorados pasean por la vereda hasta la pequeña lápida que preside el parque, en la que se puede leer “Aquí descansan Tom y Angélica, juntos en la eternidad, como ellos hubieran querido”. Una vez allí, los enamorados se toman de la mano, se dan la vuelta y lanzan una moneda de espaldas a la tumba para que, según dice la tradición, el destino les depare un sentimiento tan eterno y profundo como el que vivieron los que yacen allí enterrados.

lunes, 8 de septiembre de 2014

RELATO: TU Y YO, JEFE

Algo se ha torcido, jefe. Algo salió mal. Son cosas que pasan, de las que nadie tiene la culpa. Pero a mi me toca pagar, jefe. Sé que a tu edad no puedes entender lo que esto significa, que en tu inocente cabecita no cabe imaginar el dolor y la dureza del castigo que se me impone. Me privan de ti, jefe. 
 
Desde hoy mismo no me está permitido darte las buenas noches a los pies de tu cama, ni prepararte la merienda, ni escaparme contigo a la salida del cole para tomarnos un helado. Por lo visto, a partir de ahora sólo puedo hacerlo un fin de semana de cada dos y los jueves impares, y ciertos días de vacaciones, creo. O que se yo. Eso dicen los papeles, jefe.

Me condenan. Mil risas y otros tantos momentos tuyos me serán robados para siempre y en muchas de tus fotos ya no estaré yo. Y esto es lo que me preocupa, no lo que digan los papeles.

El único trato en el que me va la vida es en el que ahora hago contigo. Te aseguro que es necesario jefe, porque probablemente oirás muchas cosas sobre mi. No hagas caso a esas voces y piensa en mí como lo que soy, porque de todo esto sólo quedaremos tu y yo. Los demás nos sobran. Sabes que desde que naciste todo lo mío es tuyo, que si solo me quedaran monedas para un plato sería para tí,  y que si para un sólo par de zapatos tuviera, sería yo quien andara descalzo y no tú. Esta es la única verdad, y todo lo demás que puedan contarte serán cuentos de viejas, farfullas de abogados y milongas que deben importarte un carajo, jefe. Tú sabes que yo siempre estaré ahí, todo lo cerca que me sea permitido y todo lo presente que me sea concedido.

El trato es sencillo. Tú sólo debes recordar que soy tu padre, que lo soy allá donde estés y a cada minuto del día. De todo lo demás despreocúpate, ya me encargaré yo jefe.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

RELATO: BUSCANDO UN GALIANA

Mi cámara submarina disparaba sin cesar contra el histórico buque insignia de la flota rebelde.  La célebre fragata Espérides, hundida siglos atrás por la Armada Real en la gran batalla del Peñón,  descansaba  sobre un arrecife a no más de cinco o seis metros de la superficie, lo que me permitía ver con claridad todos sus detalles. Allí estaba el puente de mando del impresionante navío, muy bien conservado, desde donde el revolucionario Galiana diera sus órdenes; allí seguían sus temibles cañones, ahora hogar de conchas y corales; y allí permanecía en pié, aunque diezmada por mil andanadas, la magnífica arboladura de aquel espléndido barco de guerra.


Inmersa en ese pausado y sobrecogedor mar de historia, mi mente iba colocando cada pieza en su lugar  y noté en mi mano una sensación única al acariciar el casco de la Espérides.  Era como si, más que una reliquia o una curiosidad histórica, hubiera tocado un símbolo. Un símbolo de ilusión y esperanza, pues no en vano muchos hombres habían decidido seguir el rumbo y la deriva de aquel navío; y hundirse con él.
Sobre la cubierta del inmóvil bajel, el corazón se me disparaba al comprender cómo la verdad había hecho libres a unos hombres, muertos cientos de años atrás; y cómo una simple idea de libertad les había bastado para romper las cadenas mentales que los sometían a los deseos de un tirano. Una agradable sensación de felicidad me invadió al imaginarlos surcando los mares, dueños de sus destinos, sin reyes ni patrones.

De un extremo del mástil sumergido, cubierto de algas y cangrejos, colgaban aún los restos de la célebre bandera revolucionaria. Fue como un imán para mis ojos, y estoy seguro que cualquiera que bajara hasta allí se quedaría absorto, como quedé yo, al contemplar el lento y ondulante movimiento de aquel enorme trozo de trapo hecho jirones, que se balanceaba a media agua al pairo de la corriente.

Ensimismado en el vaivén suave y eterno de esa bandera, por la que lucharon y dieron sus vidas tantos desheredados, entendí las razones de Galiana, sus ideales, sus fines. Su conciencia. Y en el mismo momento en que mis dedos alcanzaron a tocarla, el capitán me ganó para su causa. La eterna causa perdida de los sin nombre.

En la soledad brutal del silencio marino, la olvidada bandera sigue ondeando majestuosamente en su mástil, preparada para volver a ocupar su lugar en la batalla y para luchar otras mil veces en favor de los oprimidos. Espera paciente y segura de sí misma pues sabe que algún día, con otro capitán, la Espérides hinchará otra vez sus velas y hará atronar sus cañones, borrando de la faz de la tierra a unos cuantos miserables antes de ser hundida de nuevo.

Eso será algún día. Cuando llegue otro Galiana.


martes, 2 de septiembre de 2014

RELATO: AMIGO MÍO

De cuando en cuando me vienen a la cabeza sencillas preguntas sobre ti. Estoy seguro de que a tí también te pasa. Me pregunto, por ejemplo, qué lugares frecuentas ahora, con quien compartes tu noche y tu día, a que nuevos amigos abres tu alma o, sencillamente, qué mar moja tus pies. Me pregunto también a dónde fueron nuestros secretos compartidos, dónde quedaron nuestras miradas cómplices, en qué cajón duerme nuestro juramento de "mejores amigos para siempre". 


Me reconforta la convicción de saber que todas y cada una de las promesas pronunciadas en aquel entonces, aunque incumplidas, nunca dejaron de ser sinceras; y que siguen siéndolo. Que lo serán para siempre.

Amigo mío, de cuando en cuando, hoy por ejemplo, me vienen a la cabeza sencillas preguntas sobre tí. Y en esos días, como ahora, sonrío.

lunes, 1 de septiembre de 2014

RELATO: EL ÁRBOL DE GARUBI


Garubi vio como caían a sus pies, como dos lágrimas verdes, las dos últimas hojas del baobab y cómo, al mirar hacia arriba, una tromba de pétalos le cubría por completo. No tuvo duda; aquel ser imponente, fuerte e inmóvil, le proponía una amistad.

Esa misma tarde Garubi levantó una cabaña junto al Baobab y desde entonces vivieron para cuidarse mutuamente. Sin respeto por las estaciones, la mera compañía de Garubi parecía mantener al árbol siempre florecido, mientras que alimentándose tan sólo de los frutos de su amigo a Garubi nunca se le conoció mal o enfermedad alguna.

Con el tiempo el viejo y su árbol se convirtieron en una de las curiosidades de la aldea, y de lejos venían a ver cómo aquel anciano era obedecido por el enorme baobab, del que caía una hoja cuando Garubi chascaba los dedos, o del que se desprendía un fruto si lo señalaba con su mano.

-¿Qué magia tribal es esta? -preguntaban los curiosos.

- Pruebas de amistad nada más –les respondía Garubi.

Lo cierto es que el baobab que está hoy en el centro de la aldea, con una cruz a sus pies, es un árbol seco y triste, del que dicen que no volvió a dar hojas ni frutos desde que enterraron al anciano Garubi bajo sus raíces.

Al despuntar el alba los viejos se acercan a descansar a la sombra del encorvado árbol con gran respeto, pues solo ellos saben a quién pertenece el rostro que dibuja la sombra del baobab en el suelo, con los primeros rayos de la mañana.

(Relato seleccionado por Casa Africa  en "PuroRelato I" para su edición digital)

jueves, 28 de agosto de 2014

RELATO: EL OTRO CUENTO


Nacieron a destiempo y a despropósito. Desde un principio, las suyas fueron vidas predestinadas, prisioneras, paridas tan sólo para dar brillo a otras existencias más ilustres. Sus nombres siempre aparecieron con letra pequeña en el cartel, como secundarios prescindibles en la gran historia de otro. Nada más. Nunca, ni siquiera por un instante, fueron dueños de su destino ni jamás tuvieron conciencia o memoria propia, e incluso en sus sueños y recuerdos, cuando los tenían, se les negaba la primera persona.  Se les impuso el enorme sacrificio de vivir sin elección robándoles el sagrado derecho de acertar o equivocarse por ellos mismos, sin que ninguno de ellos pudiera elegir entre hacer de su vida algo interesante o simplemente tirarla por el retrete.

¡El derecho de ser tu propio protagonista!  ¿Es mucho pedir?

Además, ¡cómo los habían retratado! En realidad no eran tan tontos, ni tan malos, ni tan patéticos pero, claro, era lo requerido para realzar el ingenio, la bondad y la grandeza del príncipe o la princesa de turno. Eran una necesidad comparativa. 

Cada viernes, tras sus respectivas funciones, quedan todos en el café, hacen piña entre ellos y se interesan los unos por los otros, consolándose mutuamente de sus abandonos y olvidos.  Por supuesto, a los demás clientes les resulta extraña esa reunión de feos, mediocres, tullidos y marginados de la que de cuando en cuando se escapan carcajadas de villano y gruñidos de ogro feroz –únicas risas y voces que tienen-. Y tanto les extraña, que no dejan de mirar con curiosidad y repulsa preguntándose cuándo, de una vez por todas, llegará algún apuesto protagonista, un héroe de verdad, dispuesto a cortar algunas cabezas y a poner fin a tanta fealdad. ¡Las cosas en su sitio, por favor!  

En esas tardes de tertulia, lejos de sus vidas en la sombra, se sienten bien y se relajan sabiéndose entre iguales. La madrastra suele pedir la merienda para todos  y, como siempre, el leñador de horrible cicatriz se despacha a gusto con el chocolate mientras la bruja de Hansel Gretel –¡Já, mira que decir que le gusta comer niños!- hace lo propio con los churros. También como siempre, Mudito pide su café por señas mientras acaricia a su mejor amigo, un bello cisne que se sienta a su lado; un bellísimo y majestuoso cisne que arranca murmullos en el público de la sala, sorprendido de contemplar tal belleza en tan horrenda compañía.

El ave se deja acariciar, feliz. Está con los suyos, con quienes quiere estar, entre sus amigos que la aceptan como a uno más sin dejarse engañar por su aspecto de héroe de cuento; precisamente ellos han aprendido mejor que nadie, y a base de golpes, que no se debe juzgar por la apariencia. Quizá su nombre puede resultar engañoso e incierto, pero les aseguro que su corazón no lo es. Es el Patito feo y lo será para siempre. Un bonito final de cuento y unas cuantas plumas no pueden cambiar eso.

miércoles, 27 de agosto de 2014

RELATO:LA MUJER INCOMPLETA

Sentí como temblaba cuando empecé a desnudarla despacio. La noté nerviosa, quizá demasiado para esas alturas de la historia. Sin llegar a resistirse, Carlota tampoco facilitaba mis afanes por desvestirla, respiraba agitadamente y se cubría el torso con los brazos, impidiéndome no ya solo tocar su cuerpo, sino incluso que pudiera poner mis ojos sobre él. La tomé por las muñecas y con un movimiento brusco y autoritario abrí sus brazos. Y entonces lo entendí todo.
Entendí por qué tanta demora en llegar a aquel momento a pesar de los indudables sentimientos, por qué tantas excusas a pesar de tanto deseo, por qué tanto titubeo a pesar de las ganas. Ella se sentía incompleta.
La brutal cicatriz atravesaba su cuerpo en diagonal, desde el hombro a la cintura, cual grotesca banda de dama de honor. El rosado surco de carne literalmente dividía su torso en dos mitades, como una falla sísmica, cercenando su seno derecho y luego ensanchándose para serpentear en leves eses por el estómago. Finalmente se perdía por debajo del pantalón, haciendo imposible conocer el tamaño real de la herida.
Una vez Carlota se vio totalmente expuesta a mi vista quedó inmóvil, impasible, escrutando atentamente mi rostro. Luché contra mi sorpresa para no mostrar emoción alguna y, mirándola a los ojos, puse mi mano sobre su seno deshecho y, bajando con suavidad por el grueso trazo, atraje su cuerpo hacia mí.
Ella sonrió. Y empezó todo.
Nunca fui tan feliz como en mis años con Carlota. Me cautivaba que, a pesar de su indudable belleza, se mostrará tan tímida y sencilla; que siempre quisiera pasar desapercibida, que siempre quisiera parecer "poquita cosa". Por esas incomprensibles cosas del ser humano, su marca la hacía insegura y frágil. Se creía diferente. Como el primer día, siempre se pensó incompleta.
Pero no lo era para mí. Cada noche el sueño me atrapaba con el brazo sobre su cicatriz, sintiendo su tacto áspero o suave, según sobre qué parte cayera mi mano; y en las frías noches me apretaba contra ella buscando el constante calor que surgía a su través, casi sin piel de por medio.
Me cautivaba ver, en las holgazanas mañanas de domingo, el brillo que reflejaba la zona lisa de su herida, cuando la luz de sol la golpeaba al atravesar las cortinas medio abiertas de la alcoba. Parecía una Diosa. Y me parecía vivir en un cuento de hadas al ver los destellos que surgían en las noches de luna llena, cuando un rayo se aventuraba a besar el mágico surco.
Ya era mi cicatriz.
No podría asegurar cual fue el motivo del final. Solo sé que, un buen día, como pasa a otros muchos, todo de lo que siempre nos habíamos considerado a salvo, entró de golpe por la ventana. La dejadez, la rutina, el hastío. Quizá, con el tiempo, ella pensó que podía aspirar a algo más que a un pobre escritor desconocido de provincias. O quizá fuera esta paranoia que ahora escribo la culpable de todo. No lo sé. Imposible saberlo. Solo sé que se acabó.
Ahora la echo de menos. Sí, mi recuerdo de Carlota es constante. En cada despertar junto a otra mujer me descubro palpando ese torso nuevo, añorando la imborrable sensación de aquella cicatriz sobre el pecho. Busco aquel reconfortante calor casi sin piel, que no me llega. Y siempre – llámenme loco- , abro las ventanas de par en par,mientras mi acompañante duerme, albergando la esperanza, siempre sin fortuna, de que el reflejo de sol me regale un nuevo brillo que ciegue mis ojos.
Nunca seré el mismo sin Carlota. Yo llevo ahora su cicatriz. Porque para mí, sin ella, todas las demás son mujeres incompletas