miércoles, 10 de septiembre de 2014

RELATO: AMOR ETERNO

No voy a dudar de que hubieran sido felices alguna vez, al menos por un día. Ni de que entre los restos humeantes de la casa pudiera haberse encontrado algún viejo y emotivo álbum familiar con sus fotos de recién casados. No, no seré yo quien ponga en duda que en ese hogar, una vez, pudo haber paz y felicidad. Pero juzguen ustedes.


Fue la codicia. La maldita codicia.

Correctísimos en el fondo y en la forma, los mantengo en mi recuerdo como miembros preeminentes de una comunidad que los respetaba y los admiraba por lo que representaban. Tom y Angélica eran para todo el pueblo el vivo ejemplo de una pareja ideal, envidiable y perfecta. La complicidad con que intercambiaban sus miradas, el cómo se susurraban palabras al oído y las alabanzas que se dedicaban mutuamente en público eran pruebas palpables de que no podían vivir el uno sin el otro, de que estaban predestinados, de que eran seres inseparables.

Claro que todo esto ocurría solo de puertas afuera, porque bajo el techo de aquella casa se libró durante años una guerra fría, cruenta y sin prisioneros. Una guerra a muerte en la que solo podía quedar uno. Tom y Angélica, Angélica y Tom, en realidad no se aguantaban, ni se toleraban, y ambos soportaban aquel infierno únicamente por no llegar a un acuerdo en el reparto del extenso patrimonio conyugal. Sencillamente, ninguno quería renunciar a la mitad de todo. Así de claro. Eran dos ricos miserables atrapados por el vil metal.

En verdad, lo único diferente de esta historia de entre otras muchas fue la sinceridad, porque aquella pareja convivió durante más de cuarenta años sin engañarse ni un momento, es decir, sin esconderse su odio mutuo ni disimularse su rencor y sin hipocresías ni mentiras de por medio. Esto hizo que los episodios más escalofriantes fueran para ellos asuntos meramente rutinarios.
Fue normal por ejemplo que Tom casi la palmase cuando Angélica le dio el doble de su medicación ¿sin querer? O que Angélica rodara escaleras abajo al tropezar con una caja de herramientas dejada en el rellano ¿por descuido? O que a Tom le faltaran unos segundos para irse al otro barrio tras “cerrarse sola“ la puerta de la sauna, o que Angélica casi se friera electrocutada por una “mala conexión” en la tostadora. Y mucho más.

En su obsesión por librarse el uno del otro, entre ambos fueron acumulando un enorme ideario de “fortuitos y mortales accidentes caseros” que incluía todo tipo de envenenamientos, caídas, fatales olvidos, descuidos y malas suertes en general en el que no faltaban además las consabidas maldiciones, males de ojo, desapariciones paranormales y sacrificios vudús. Ideario que de haber sido publicado, y sabiendo cómo está el patio, se habría convertido sin duda en el mayor Best-Seller de la historia.
Así pues, aquella aparente pareja de afables ancianos, amigos de sus amigos y vecinos ejemplares del barrio, vivieron juntos odiándose y maldiciéndose en un estado de permanente guerrilla doméstica que no les trajo más que montañas de dolor físico e infelicidad. Allí nadie cedió nunca ni nadie dio jamás un paso atrás. Siempre estuvieron como al principio y, de no haber sucedido lo que sucedió, podían haberse pasado otros cien años así.

El final que, obvio decirlo, tenía que llegar tarde o temprano, no fue más que una tragedia fruto de la enésima mala idea. Alguno de ellos, no recuerdo si él o ella, prendió fuego a unas cortinas como parte de otro maléfico e improvisado plan, dando lugar a un forcejeo en el que cada uno quería arrastrar al otro hasta las llamas. Para cuándo los bomberos consiguieron atajar el incendio apenas pudieron rescatar dos cuerpos totalmente carbonizados.

El jefe de Bomberos resumió el sentir general al dar la noticia : "Hemos encontrado los cadáveres de un matrimonio de ancianos. Viéndose sin escapatoria han querido esperar a la muerte unidos para siempre, abrazados, y así partir de este mundo junto a su ser más amado”. El vecindario quedó prendado de aquella gran historia de amor ejemplo de compromiso y sacrificio, y por Tom y Angélica se encendieron velas y se rezaron homilías en la misa del domingo. Los niños de la escuela del barrio les dedicaron poemas e incluso al poco tiempo, a petición popular, el Ayuntamiento les dedicó un parque. Y no uno cualquiera.

Cada tarde, las parejas de enamorados pasean por la vereda hasta la pequeña lápida que preside el parque, en la que se puede leer “Aquí descansan Tom y Angélica, juntos en la eternidad, como ellos hubieran querido”. Una vez allí, los enamorados se toman de la mano, se dan la vuelta y lanzan una moneda de espaldas a la tumba para que, según dice la tradición, el destino les depare un sentimiento tan eterno y profundo como el que vivieron los que yacen allí enterrados.

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