lunes, 22 de septiembre de 2014

RELATO: DE A DOS


La pareja que ocupaba aquel banco del parque apenas si se dirigía la palabra. Él ojeaba su periódico y ella leía un pequeño libro de bolsillo, mientras mantenían un silencio solo interrumpido por inaudibles monosílabos y leves movimientos de cabeza. Sin duda un dialecto propio y secreto, labrado y pulido entre ellos a base de años y paciencia.
Él, enchaquetado, parecía ser uno de esos caballeros secos y estirados del siglo pasado, de los que morirían antes que pronunciar un vergonzoso “mi amor” o un cursi “te quiero”. Ella, bajita y no muy agraciada, arrastraba el aura de chica insulsa y aburrida que persigue de por vida a las niñas educadas en exceso en las buenas maneras. Y juntos formaban una de esas parejas insípidas, casi invisibles, de las que nunca molestan pero por las que nadie pregunta ni a las que nadie echa de menos.
Como si un recuerdo le hubiera abofeteado de repente, en el rostro de él asomó una mueca de ansiedad.
--¿Te habrás tomado ya tu medicina, verdad?  -dijo a su mujer.
Ella se giró hacia él y le quitó las gafas con cuidado.
-¡Cada día lo mismo! ¡pero mira que llevas sucias las gafas! ¡Que sí pesado, la tomé antes de salir! –contestó ella mientras le limpiaba los cristales con el pañuelo.
Al cabo de un buen rato, ya de vuelta a sus respectivas lecturas, la pequeña mujer sacó de su bolso un pastillero y sin mediar palabra lo mantuvo abierto hasta que él tomó una cápsula roja. Ella lo miró de reojo antes de volver a su libro, como quien vigila a un niño, hasta estar bien segura de que se había tragado la amarga pastilla.
No hubo mucho más. La tarde transcurrió tranquilamente, sin apasionados besos ni estridentes risas, sin promesas de amor eterno ni corazones grabados en los árboles, sin sonoros “te quiero” ni aparatosos poemas. Sin verdes valles. Sin mares profundos.
Aquel día, como en otras muchas ocasiones, el amor se había disfrazado para pasear por el parque y disfrutar del sol y la brisa sin ser reconocido ni ser molestado. Feliz y desapercibido, como a él en realidad le gusta.

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