miércoles, 3 de septiembre de 2014

RELATO: BUSCANDO UN GALIANA

Mi cámara submarina disparaba sin cesar contra el histórico buque insignia de la flota rebelde.  La célebre fragata Espérides, hundida siglos atrás por la Armada Real en la gran batalla del Peñón,  descansaba  sobre un arrecife a no más de cinco o seis metros de la superficie, lo que me permitía ver con claridad todos sus detalles. Allí estaba el puente de mando del impresionante navío, muy bien conservado, desde donde el revolucionario Galiana diera sus órdenes; allí seguían sus temibles cañones, ahora hogar de conchas y corales; y allí permanecía en pié, aunque diezmada por mil andanadas, la magnífica arboladura de aquel espléndido barco de guerra.


Inmersa en ese pausado y sobrecogedor mar de historia, mi mente iba colocando cada pieza en su lugar  y noté en mi mano una sensación única al acariciar el casco de la Espérides.  Era como si, más que una reliquia o una curiosidad histórica, hubiera tocado un símbolo. Un símbolo de ilusión y esperanza, pues no en vano muchos hombres habían decidido seguir el rumbo y la deriva de aquel navío; y hundirse con él.
Sobre la cubierta del inmóvil bajel, el corazón se me disparaba al comprender cómo la verdad había hecho libres a unos hombres, muertos cientos de años atrás; y cómo una simple idea de libertad les había bastado para romper las cadenas mentales que los sometían a los deseos de un tirano. Una agradable sensación de felicidad me invadió al imaginarlos surcando los mares, dueños de sus destinos, sin reyes ni patrones.

De un extremo del mástil sumergido, cubierto de algas y cangrejos, colgaban aún los restos de la célebre bandera revolucionaria. Fue como un imán para mis ojos, y estoy seguro que cualquiera que bajara hasta allí se quedaría absorto, como quedé yo, al contemplar el lento y ondulante movimiento de aquel enorme trozo de trapo hecho jirones, que se balanceaba a media agua al pairo de la corriente.

Ensimismado en el vaivén suave y eterno de esa bandera, por la que lucharon y dieron sus vidas tantos desheredados, entendí las razones de Galiana, sus ideales, sus fines. Su conciencia. Y en el mismo momento en que mis dedos alcanzaron a tocarla, el capitán me ganó para su causa. La eterna causa perdida de los sin nombre.

En la soledad brutal del silencio marino, la olvidada bandera sigue ondeando majestuosamente en su mástil, preparada para volver a ocupar su lugar en la batalla y para luchar otras mil veces en favor de los oprimidos. Espera paciente y segura de sí misma pues sabe que algún día, con otro capitán, la Espérides hinchará otra vez sus velas y hará atronar sus cañones, borrando de la faz de la tierra a unos cuantos miserables antes de ser hundida de nuevo.

Eso será algún día. Cuando llegue otro Galiana.


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