viernes, 29 de enero de 2016

RELATO: TELÓN

Según la víctima, una anciana pensionista, un hombre la había arrastrado hasta interior del portal y la había golpeado para robarle lo poco que llevaba en el bolso. La pobre mujer, con la mirada perdida, tenía un brazo amoratado y lloraba a moco tendido. ¡Menudo hijo de puta!
 
Tras tranquilizar a la pobre anciana, el comisario salió a la calle y respiró el aire de la mañana. Al fondo, en la plaza principal, se veía a los técnicos desmontando el escenario del concierto de la noche anterior. El agente se mordió el labio inferior preocupado. Aquel nuevo robo ratificaba el “modus operandi” del malnacido al que perseguía desde hacía meses, autor de cinco ataques contra ancianas indefensas y del que todavía no se tenía una descripción clara. Debía admitir que en todos sus años en el cuerpo, nunca se había sentido tan impotente ni tan desesperado. No sabía por dónde empezar.
Al mirar su agenda, en la cara del comisario se dibujó una mueca de disgusto: el próximo concierto del grupo musical La Trova sería dentro de tres semanas. No quedaba mucho tiempo para pensar.
 
A la semana siguiente, el Director Musical de La Trova se dirigió al grupo en mitad del ensayo.
-Hoy tenemos que terminar aquí. Tenemos una visita importante –dijo señalando al hombre junto a la puerta.
El comisario no perdió un instante, caminó hasta el centro del local y habló con gravedad.
-Buenos días Señores, soy comisario de la policía secreta. Estoy aquí por un asunto desagradable, y por supuesto lo que aquí voy a comentar es extremadamente confidencial. ¿Está claro?
Se hizo un silencio sepulcral y el Comisario prosiguió.
 
-En los últimos cinco conciertos de La Trova se han producido robos con violencia. El cobarde al que buscamos siempre busca ancianas desvalidas a las que roba y golpea brutalmente.
El comisario hizo circular algunas impactantes fotos de las víctimas, llenas de señales y golpes, dejando a todos con la boca abierta y paralizados en las sillas. El comisario prosiguió.
- No puede ser casualidad. Hay un miserable que aprovecha los conciertos de La Trova para estas atrocidades. Y la situación es desesperada, siempre se nos escurre como una lagartija. Solo sabemos que sigue a La Trova y debemos aprovechar eso. Hemos diseñado un plan que precisa de su colaboración. Les advierto que no es un juego: hablamos de un psicópata que podría hacer cualquier cosa si se viera acorralado. Ustedes deciden.
-Creo que hablo por todos si digo que estamos a su disposición para coger a ese hijo de puta- Dijo el Director.
Todos asintieron.
Bien- dijo el Comisario- Ya les explicaré cómo tendrán que proceder en ese día. Les agradezco lo que van a hacer.
Antes de salir, el Comisario se giró para dar una última información, aún a sabiendas de la reacción que provocaría.
-Y tengan cuidado, ese miserable actúa vistiendo el atuendo del grupo, haciéndose pasar por trovero.
Un griterío de indignación invadió el local.
-¡Hijo de puta! ¡Le rompo el alma a ese cabrón! ¡Comisario, si lo pillan déjenoslo a nosotros!
Doña Laura, que paseaba por la plaza haciendo tiempo para el concierto, quedó encantada con el amable chico que se ofreció a ayudarla a cruzar la calle. Al reparar en su atuendo de camisa negra con manga larga y pantalón dio un salto.
-¡Vaya! Tú eres de la Trova.
- Me ha pillado, Señora –dijo él hombre fingiendo vergüenza-, deje que le lleve las bolsas.
Al llegar a una esquina, intentó apartar a su presa.
 
-Mire, tengo aquí nuestro último CD ¿Quiere usted verlo?- le dijo tomándola por el brazo.
Pero cuando ya la confiada mujer se acercaba a la trampa, una estrepitosa voz sonó por los altavoces de la plaza.
-¡Por favor, todos los miembros de La Trova que suban al escenario, vamos a empezar enseguida!
-¡Por favor si alguien ve a algún miembro de La Trova que lo avise, que vamos a empezar!
Los mensajes se repetían sin parar a todo volumen. Imposible no oírlos. El ladrón miró su reloj. ¡No podía ser, aún quedaba más una hora! ¿Y qué era eso de llamar a los componentes por altavoz? ¿Era nuevo?
La viejecita dio un salto de alegría y se puso a gritar y a hacer señas en medio de la calle
-¡Aquí hay uno! ¡Aquí hay un trovero! ¡Enseguida va! ¡Enseguida sube!
Todos los que estaban alrededor se unieron a sus gritos señalando al “trovero” y animándolo a subir con sus compañeros. El ladrón miró al escenario. La Trova iba apareciendo sobre la tarima. ¿La Trova? …No podía ser…Pero ¿Qué era eso? En vez de la indumentaria negra de siempre, se divisaba una colorida imagen carmín sobre el escenario ¡Los treinta componentes del grupo lucían camisas de color rojo en vez de su habitual camisa negra! ¡ROJO! ¡No podía ser! ¡No podía ser! El ladrón se puso pálido. Doña Laura también se había fijado en el grupo.
- ¡Oye, no van como tú! -dijo extrañada.
El hombre ya no la oía. Comprendiendo la trampa corría calle arriba para alejarse del escenario, pero una pareja de policías, alertada por los gritos de Doña Laura y los demás, le cerraba el paso. Se giró entonces rápido hacia la plaza para mezclarse entre la multitud, pero al ver más policías en las bocacalles no tuvo otra salida que dirigirse directamente hacia el escenario. Empujando y apartando a la gente subió la escalinata y de un manotazo le quitó el micrófono al presentador.
De repente, el miserable se vio en escena con todas las miradas de puestas en él, micrófono en mano y con La Trova detrás. Y entonces, sin que nadie entendiera porqué, aquel hombre comenzó a gritar palabras inconexas, a recitar trozos de poesías, y a autoproclamarse el enviado de Dios. Estaba de atar. Los troveros, quietos sobre el escenario según el plan, se miraron pensando que aquel pobre desgraciado lo que en realidad necesitaba era un buen loquero. Hasta daba más pena otra cosa. Pero entonces aquel “presunto pobre loco” cometió un grave error.
Tapando el micrófono con una mano se dio la vuelta y guiñó un ojo a los componentes de La Trova, diciéndoles por lo bajo:
-Gracias por el micro chicos, con este discursito paranoide ya no seré un abominable ladrón de ancianas, sino un pobre loco digno de lástima. Me darán una pastillita… y a la calle otra vez.
Y sonrió satisfecho.
Nunca se supo qué trovero cortó la cuerda del telón, que cayó de improviso, pero una vez el escenario quedó fuera de la vista del público, sobrevino un ruidoso escándalo de platillos, trompetas, bombos y voces que tan solo duró unos segundos. Tras un instante de silencio, un cuerpo semidesnudo salió rodando por debajo del telón yendo a caer como un fardo al pie del escenario, justo en el momento en que llegaban varios policías.
Un agente le dio la vuelta al cuerpo. A aquel desgraciado hijo de mala madre le habían arrancado la camisa negra de La Trova y yacía lleno de hematomas y golpes. En el pecho, la espalda y el abdomen tenía clavadas varias baquetas de percusión, algunas púas de guitarra, el mango de una maraca, un trozo de flauta y un pie de atril. De su nariz sobresalía lo que parecía ser un palo metálico de triángulo y, aquello era lo más increíble, alguien le había metido un micrófono por el ano. Hasta la mismísima empuñadura.
 
Inesperadamente el telón subió de nuevo. La Trova ya estaba preparada. Los instrumentos de primera fila se veían doblados y golpeados, el coro se agolpaba para compartir los pocos micrófonos que quedaban en pié y los percusionistas, ya sin nada con lo que aporrear los instrumentos, se limitaban a hacer palmas. Aparte de eso, todos parecían un poco arrugados y despeinados. Nada más. El público, que se había percatado de todo, empezó a aplaudir y a vitorear al grupo y la policía, sin saber cómo reaccionar, optó por evitar escándalos mayores y retiró el cuerpo rápidamente del pie del escenario, dejando que comenzara el concierto.
-Está muy maltrecho pero vivirá, es difícil acabar con estas sabandijas -dijo el enfermero al comisario mientras subían al herido a la ambulancia.
 
El comisario se encogió de hombros; le importaba un carajo lo que le pasara a esa escoria. Lo único importante era que las ancianas de su barrio ya podían pasear tranquilas. Comenzó a tatarear el tema de La Trova que había oído en los ensayos y que empezaba a oírse ahora por la megafonía: “La vida es mucho mejor olvida tus penas…”, y se sentó en el coche patrulla a escribir su informe de los hechos:
 
“Politraumatismo por caída accidental sobre instrumentos en el escenario, y por tomar asiento indebidamente sobre un micrófono”.
Escribía siguiendo el ritmo de la música con su bolígrafo. Y tatareando  “…cambiando las cosas malas por las cosas buenas…”.

martes, 12 de enero de 2016

RELATO: RAÚL

Me es difícil recordar cómo y cuándo se formó aquel grupo de amigos. Fue uno de esos pocos momentos de la vida en que notas cómo se alinean las estrellas, te sientes inusualmente cómodo y asistes al siempre feliz nacimiento de nuevas complicidades.

Aún así, a pesar del flechazo, todos los allí presentes éramos conscientes de la temporalidad del asunto: Seríamos otro de esos grupos bien avenidos pero con fecha de caducidad, de los que nacen y crecen a partir de unas circunstancias concretas, para morir el mismo día en que esas circunstancias desaparecen.

Desde el primer momento, como en todo grupo que se precie, se hizo el reparto de papeles: el simpático, el profundo, el listillo…. y a Raúl le tocó el más ingrato: ser el blanco de las bromas, el pringado, el prescindible. Un papel difícil lo crean o no, y sólo interpretable por buenas personas.

Raúl siempre aceptó nuestras pesadas bromas con buenas palabras, pasando por alto nuestros constantes desplantes y feos. Con su exquisita paciencia y su eterna sonrisa encajaba los golpes como un saco de boxeo, sin jamás devolver uno, y reconozco que yo, en aquella mi lejana y joven ignorancia, era uno más en el cruel juego de hacer de él continua diana de chistes y chascarrillos. Siempre creí que para reafirmar nuestra amistad le bastaba con esos pocos momentos privados, a solas con cada uno de nosotros, en los que la falta de público nos hacía algo más humanos.

Un buen día Raúl dejó de coger el teléfono, de responder a nuestros mensajes y de dejarse ver por el bar. Por terceros conocidos sabíamos que nada extraño le había ocurrido, que seguía en el barrio csu rutina de siempre, y que no se había casado ni mudado a otro planeta. Aunque nos costó entenderlo al principio, al final acabamos por asumir que Raul había decidido que nosotros no debíamos estar en su vida. Así de simple. Y si antes dije que no sabía cómo y cuándo había nacido aquel grupo de amigos, lo que sí sé es que en ese mismo día murió.
Ya el simpático no contaba con una víctima propiciatoria para sus chistes, el listillo ya no tenía un tonto con quien medirse y a quien humillar, y al profundo le faltaba un alma cándida que simulara asombro y admiración ante sus pomposas frases tipo “Coelho”. Todo papel precisa de un alter ego y Raúl nos lo daba a todos, sin él estábamos perdidos y el grupo, sin un blanco común, no tardó en disolverse.

El tiempo pasó, y la vida nos hizo dar mil vueltas de campana.

El día que me topé con Raúl, después de varios años, me afloró cierto sentimiento de culpabilidad. Nos sentamos a tomar un café y nos contamos. Y aprendí como nunca. Oyendo a Raúl me di cuenta de que la soledad y la marginación, los mejores maestros, habían moldeado a un hombre grande, enorme e infinito, con una visión del mundo y del alma humana amplia y diversa, totalmente inalcanzable para mí. En el relato de sus mil vivencias y de su exitosa vida ni por un instante vino a recordar nuestras crueldades de aquellos tiempos, ni asomó a sus ojos signo alguno de rencor. Solo vi en ellos la alegría del reencuentro con un viejo amigo y la misma sonrisa bonachona que nos mostraba en los viejos tiempos.

Cuando me contó que dedicaba parte de su tiempo a grupos de jóvenes marginados para enseñar su experiencia imaginé mi papel en aquellas charlas. Me sentí lleno de vergüenza y mis ojos se humedecieron. Raul me sonrió entendiéndolo al instante y, como quien consuela a un niño pequeño, me abrazó y me susurró al oído su última lección: “No sientas vergüenza, amigo. Gracias a ti soy fuerte”.

Por curiosidad he asistido – y lo sigo haciendo-  a algunas de sus charlas. Para seguir aprendiendo.