martes, 23 de diciembre de 2014

RELATO: YUNTEROS

Una gota le baja por el entrecejo, resbala por su nariz y se balancea un segundo en el borde hasta que , arrastrada por otra que la persigue, se despeña al vacío. Luego, como si esas primeras hubieran abierto el camino, otras muchas gotas las siguen cayendo a chorro por la frente. Hasta que Juanillo se seca el sudor con el antebrazo.

El niño, casi sin aliento, se gira hacia el sol que lo golpea implacable e inmisericorde sin darle un minuto de descanso.  Su piel y su rostro, ya resecos, no encuentran donde esconderse; no hay cobijo posible, ni sombras, ni árboles. Ante él solo un horizonte plano e inmóvil.
Juanillo mira de nuevo al cielo. El sol sigue ahí, despiadado e inevitable.

Es el mismo sol bajo el que vivieron y se mataron a trabajar sus abuelos. Sus abuelos. Niños y niñas hechos hombres y mujeres a la fuerza. Niños y niñas sin juegos, sin risas. Sin niñez. Niños  yunteros.
A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.
(Miguel Hernández)

Juanillo se pone en pie. Ya no aguanta el calor.
Y cuando por fin recibe el ansiado permiso de los mayores, corre hasta la orilla y se zambulle en las frías aguas del Atlántico. Y Chapotea y juega con las olas, riendo y jugando con otros niños.

¡Vaya día de playa!
Sus muy ancianos abuelos, enfundados en sus antiguos bañadores negros de siempre y cubiertos con sus sempiternos sombreros de paja le devuelven el saludo desde la arena. Juanillo nunca sabrá que para ellos, él es su premio. Lo pasado no importa: su nieto no es un yuntero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario