jueves, 16 de octubre de 2014

RELATO: QUIERETE

Nos ocurre a muchos a veces, aunque tampoco tan a menudo, que el alma, sin previo aviso ni notificación, pide soledad. La petición puede llegar en cualquier momento o lugar, y los que saben de qué hablo no dudan en atenderla con premura, casi como si fuera una urgencia médica.

El caso es que esa inesperada llamada al “contigo mismo” nunca respeta a nada ni a nadie; y tanto le da pillarte tranquilo en tu casa, que interrumpirte en una reunión de trabajo, que sorprenderte en medio de la pista de baile. Sea como fuere, una vez que te atrapa su íntima conversación te absorbe y te hace flotar por encima de todos los que te rodean, sin que te importe un carajo el paisaje, la música que suena o lo que te está contando el de enfrente. Te deja abducido, fuera de lugar. Solo en el mundo. 


Reconozco que tengo la (¿mala?) costumbre de pararme siempre a escuchar esa voz interna, sin reparar en las posibles consecuencias. Algunas veces, por hacerle caso, el cuerpo me pasa factura tras quedarme despierto hasta las tantas de la madrugada; otras me convierto en el blanco de chistes y comentarios por desaparecer de repente del más animado evento. A mí me merece la pena porque es muy probable que algún día ya no se me invite o no pueda asistir a esos “animados eventos”, sean los que sean; pero sí que me tendré a mí mismo para siempre. Y por ello tengo muy claro qué es lo que debo cuidar.

Los síntomas no tienen perdida: Una extraña sensación de estar solo entre la multitud, acompañada de un inesperado alejamiento de la realidad que te rodea. En los casos más extremos se llega incluso a asentir a todo con indolencia, sin saber siquiera cual es la pregunta. Es entonces cuando se ha  alcanzado el momento de éxtasis más absoluto, el del verdadero “¿qué más da?”


¿Lo eres? ¿Eres de los nuestros? ¿Te quieres? Si es así puedes decirlo sin temor, porque para cuando los que te van a llamar “rarito” abran la boca tú ya estarás a miles de kilómetros, en tu mundo, el que en realidad te importa. Un mundo solo tuyo, en el que ellos siquiera son piedras.

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