martes, 12 de abril de 2016

RELATO: CAMPESINA CON BODEGÓN

Nunca estaremos juntos. El tiempo y el espacio han jugado en nuestra contra. Y además lo han hecho con premeditación y alevosía, para hacernos daño, para buscar sangre y clavarnos su aguijón con saña. ¿Porqué sino hubiera querido el maldito destino que nos encontrásemos? ¿Qué otro perverso fin podía tener reservado para lo nuestro?
 
La culpa es del maestro, de su genio, de su inmenso arte. Maldito sea. Por él te conocí, por él sé que fuiste real, y por él me atrapó tu rostro. Porque una vez que me detuve ante el lienzo y tus ojos tristes se posaron en los míos, mi vida dejó de ser mía. 
Recuerdo nuestro primer día, yo paseándome por los pasillos y tú rodeada de cientos de curiosos que te fotografiaban. Para ellos solo eras una obra de arte, una más. La enésima y anónima “campesina con bodegón” a mayor gloria de un pintor de época, en la que todos admiraban la técnica, el color, la mezcla, la profundidad, la luz,…pero sin saber ir más allá. Nunca te entendieron, nunca te vieron como yo, nunca te quisieron. Y por eso sé que aquel día, entre la multitud, sólo me mirabas a mí, a mí, porque yo era el único que entendía tu mirada.
Desde aquel momento no dejé de buscarte, de investigarte. Sé quién eres, sé quién fuiste. Donde naciste, cuándo viviste, dónde, con quién. Sé cada detalle de tu vida y de tu prematura y dolorosa muerte.
Y fue el día en que te encontré, en el pequeño cementerio de aquella fría y alejada aldea del norte, cuando todo cambió y donde todo cobró sentido. Allí, tu nombre y tu famoso personaje aparecían, apenas legibles por el paso del tiempo, sobre una lápida de piedra envejecida y gastada: “Hellen van Peer. Campesina del bodegón. (1732-1764)”. Aunque han pasado muchos años desde entonces, y ya soy un anciano, recuerdo perfectamente que caí de rodillas y lloré como un niño al entender como tú, desde mucho antes, habías asegurado nuestra victoria sobre el espacio y el tiempo, esa desigual batalla que yo siempre di por perdida. Y al comprender cómo habías sabido vencer a nuestro destino maldito, y con qué sabiduría habías sabido reírte de él.
 
Era ese hueco vacío junto a tu tumba, inexplicablemente respetado por todos a pesar del tiempo y coronado por una lápida con una inscripción. Al limpiarla y apartar la tierra y la hojarasca no pude contener un grito al ver que sobre ella, también apenas legibles por el tiempo, figuraban mi nombre y mi fecha de nacimiento. Y supe, feliz, en realidad como siempre había sabido, que tú me esperabas.
Como dije antes, soy muy anciano, mucho. Tanto que ya he sobrevivido a todos mis amigos y conocidos. Y sé porqué.
Es el destino, que se resiste a perder en su propio juego, y sólo le queda hacer trampas. Aquel maldito destino que una vez quiso hacer de lo nuestro una broma y que ahora está tan fuera de sí, tan lleno de rabia, que se atreve incluso a desafiar a la muerte para demorar nuestro encuentro, mi partida. Ahora el tiempo juega en su contra, porque sabe que mi reposo será nuestra victoria.

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