Treinta metros. Demasiado tarde para evitarse. Se vieron en la distancia, cuando ya caminaban el uno hacia el otro por la acera. Ya no había remedio ni escapatoria, y cualquier movimiento por evitar el encuentro hubiera sido demasiado delatador, una declaración de ruptura total. Aún así hubo tiempo para un pequeño vuelco en el corazón y para unos pocos pensamientos. Los mismos para los dos.
Veinte metros. Habían sido grandes amigos; los mejores. De los que se cuentan los secretos más inconfesables y de los que saben nombres, lugares y fechas suficientes para arruinarse la vida mutuamente. Algo que no ocurriría nunca por ser una de esas verdades que, aunque no escrita ni pactada, se sabe cierta.
Diez metros. A sus mentes vinieron recuerdos de toda una vida de amigos comunes e imágenes imborrables; recuerdos en los que todos los seres queridos del otro eran también seres queridos propios. Demasiado roce, demasiado contacto, demasiadas penas y alegrías compartidas.
Tres metros. Las miradas se buscaron para adivinar expresiones. Dados por impensables los gestos de disculpa o arrepentimiento, cada uno sí esperaba del otro al menos una sonrisa de acercamiento. En realidad, cualquier mirada que no implicara reproche.
Pero las barbillas se elevaron y las frentes se arrugaron.
Pasaron de largo enrocando sus corazones tras los orgullos… y sin que ninguno de los dos recordara el motivo de aquel sin sentido.
Veinte metros. Habían sido grandes amigos; los mejores. De los que se cuentan los secretos más inconfesables y de los que saben nombres, lugares y fechas suficientes para arruinarse la vida mutuamente. Algo que no ocurriría nunca por ser una de esas verdades que, aunque no escrita ni pactada, se sabe cierta.
Diez metros. A sus mentes vinieron recuerdos de toda una vida de amigos comunes e imágenes imborrables; recuerdos en los que todos los seres queridos del otro eran también seres queridos propios. Demasiado roce, demasiado contacto, demasiadas penas y alegrías compartidas.
Tres metros. Las miradas se buscaron para adivinar expresiones. Dados por impensables los gestos de disculpa o arrepentimiento, cada uno sí esperaba del otro al menos una sonrisa de acercamiento. En realidad, cualquier mirada que no implicara reproche.
Pero las barbillas se elevaron y las frentes se arrugaron.
Pasaron de largo enrocando sus corazones tras los orgullos… y sin que ninguno de los dos recordara el motivo de aquel sin sentido.
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