martes, 3 de noviembre de 2015

RELATO: SOLO EN FARMACIAS

Sara entró en la farmacia para comprar la medicación de su marido. Mientras aguardaba se miró en un espejo del expositor y se sonrió.  Estaba lejos de aparentar los 64 años que tenía, lo que sin duda se debía a las mil capas de maquillaje, a las horas de peluquería y, sobre todo, a pasarse día y noche al servicio de un enfermo, pues la esclavitud diaria de levantar, vestir y asear a su marido inválido mantenía a Sara fibrosa y en plena forma, y ningún gimnasio podría ofrecerle una tabla de ejercicios mejor.
Sara ocupó un lugar en el mostrador en el mismo momento en que otra mujer, más o menos de su misma edad y también muy arreglada, hacia lo propio quedando  hombro con hombro con ella. La  farmacéutica, atendiéndolas a la vez para ganar tiempo, tomo los papeles de ambas y desapareció tras la trastienda en busca de los medicamentos. Al poco volvió.
 
-A ver- dijo comprobándolo todo- tenemos las recetas, los visados de inspección, historiales médicos…
Muy bien  –le dijo primero a Sara- aquí tiene la medicación para las bajadas de la tensión de su marido. Tenga cuidado y bajo ningún concepto se debe olvidar de dársela todos los días.
 
Luego continuó dirigiéndose a la otra mujer.
 
-Y aquí tiene usted la medicación para las subidas de tensión de su marido-, y atención con la dosis.
 
El teléfono sonó y la farmacéutica desapareció un momento tras la trastienda.
 
Las dos mujeres quedaron a solas en el mostrador, cada una frente a su frasco. Se hizo el silencio. Y entonces Sara quedó petrificada: la otra mujer alargó el brazo y, con un leve movimiento de la mano, empujó su frasco unos milímetros hacia ella. Sara palideció y un primer pensamiento le vino a la mente. La mujer repitió el gesto con un poco más de intención ¡Sí! ¡Era un ofrecimiento! Ya no se podía interpretar de otra manera. Le estaban proponiendo un trato. Sara giró la cabeza para buscar los ojos de quien le hacía tal impensable oferta, pero no los encontró. La mujer, completamente pálida, no dejaba de mirar al frente, respirando entrecortadamente.
Sara comprendió la situación. Cada una estaba en posesión de un frasco con una medicación letal para el marido de la otra. La propuesta estaba clara. Frasco por frasco. Libertad por libertad. Y fácil, sin riesgos, porque todo -las recetas, los visados,…- estaba ya en orden, firmado y sellado. Tenía que pensar rápido, pues el ofrecimiento podía caducar en cualquier momento y no habría una segunda oportunidad.
Lo sopesó por un momento. Podía ser, podía hacerse. Todo quedaría como una terrible confusión y como mucho podrían culpar a la farmacia por un lamentable error. Sara tomó el frasco de la mujer y salió rápidamente del establecimiento. A sus espaldas sintió cómo su cómplice cogía su frasco y salía en dirección contraria.
Unos meses más tarde Sara paseaba ensimismada. Nada había salido como ella pensaba. La culpabilidad era una losa y, en vez de sentirse libre, se sentía sola, muy sola. Recordaba los paseos empujando la silla de su marido y echaba de menos las tardes leyendo para él. Ahora la casa se le caía encima. Nunca  pensó que se pudiera echar tanto de menos una leve respiración, una simple presencia, una sombra, algo vivo, aunque fuera mudo e inexpresivo.
Al entrar en la farmacia miró instintivamente a su izquierda y allí la vio de nuevo. ¡Era  aquella mujer! ¡Increíble casualidad del destino! Pero en aquel rostro ya no se veían pinturas, ni maquillajes, ni brillos. Solo arrugas. Como en el de Sara. Parecía que más que unos meses hubieran pasado 20 años desde su encuentro. En un momento en que quedaron a solas tras ser atendidas, Sara puso su frasco frente a la mujer.
-Con lo que he oído, creo que con medio frasco te bastará – le dijo en voz baja.
Su cómplice, con expresión triste, puso a su vez el suyo frente a Sara.
-Con éste, para lo tuyo, incluso menos- le contestó.
Aquellas fueron las últimas palabras que se dedicaron aquellas dos mujeres antes de intercambiarse los frascos y salir a la calle. Ya en la puerta se atrevieron a mirarse a los ojos , y a sonreírse, tan solo por un segundo.

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