Todo comenzó en una conocida sala de exposiciones de pintura contemporánea. El CAAM. Fue allí donde el arte, ese halo espiritual que nos persigue desde que el hombre es hombre, cambió su rumbo para siempre. Sé que resulta difícil creerlo, pero no exagero si les digo que fue tal la conmoción que sacudió en aquellos días los cimientos del mundo artístico, que todo lo creado e imaginado antes de aquel suceso pasó de golpe a ser antiguo, obsoleto y prehistórico. Tosco, infantil y, cuando menos, mediocre. Las más grandes obras de los más grandes creadores se tornaron de repente insulsas, faltas de chispa, y vacías de alma y de humanidad.
El asunto no fue baladí. De hecho,
imaginen cual fue el impacto que la RAE y todas las Reales academias del mundo
tuvieron que revisar de urgencia las definiciones de las palabras “arte”, “artista”,
“obra”, “exposición” y de cuantos vocablos tuvieran que ver con la expresión
espiritual humana.
Lo que ocurrió pudo parecer simple al
principio, pero no lo fue. Sucedió que en esa galería de arte un hombre, no
importa quién, se detuvo a contemplar un cuadro, tampoco importa cuál. Y
sucedió que, por un momento, aquel hombre quedó totalmente inmóvil mirando el
cuadro, primero durante varias horas, y luego durante varios días. Al principio,
tan solo unos pocos turistas repararon en la extrema quietud de aquel hombre,
pero la originalidad de la escena y la fuerza del conjunto hombre/cuadro fueron
atrayendo a más y más curiosos, hasta que una pequeña multitud se aglomeró, no
ya mirando al cuadro, sino admirando al nuevo objeto conceptual formado por el
lienzo y el hombre que lo contemplaba.
La Dirección del CAAM, no ajena a lo
ocurrido, quiso aprovechar el tirón de público y en las semanas siguientes contrató
a varios figurantes para que se turnaran en la posición de “hombre inmóvil que mira”. Y la respuesta fue impensable. La
galería batió todos los registros de asistencia, las colas dieron varias vueltas
al recinto y, lo nunca visto, las reservas ya obligaban a meses de espera. Por
supuesto, no hay ni que decir que la recaudación en taquilla saneó la precaria
situación económica del centro para muchos años.
Hoy en día, en el CAAM, se puede visitar el afamado conjunto titulado “Hombre que contempla un cuadro”, considerada la primera
obra del “THOYAKÍ”, corriente así bautizada por la procedencia japonesa de
aquel primer hombre que se paró a contemplar el cuadro.
Como dije al principio, esto fue el
comienzo de todo. Porque en cierto momento, más adelante, coincidió que un
grupo de personas quedó mirando fijamente al conjunto conceptual “Hombre que contempla un cuadro”.
Y ese grupo de personas, junto con el hombre y el cuadro, formaban a su vez una
figura de tal fuerza expresiva que incluso los creadores más transgresores
hubieron de rendirse a la evidencia de que ese era el nuevo camino, la nueva
forma, el arte definitivo.
Desde que la galería expuso su “Gente que mira a un hombre que contempla
un cuadro” el nuevo modelo se hizo imparable. Lo aunaba todo, lo
implicaba todo y lo asociaba todo: pintura, expresión, fuerza, participación, colectividad,
espontaneidad…
Los museos de todo el mundo tuvieron
que contratar a más figurantes y habilitar salas y espacios, pues ninguna
galería con un mínimo de nombre podía mantenerse al margen de la pujante
corriente del “THOYAKÍ”. Había que estar en la onda artística y, por supuesto,
aprovechar la imparable venta de entradas.
En esos primeros años del “THOYAKÍ” se
realizaron auténticas obras maestras, como
la “Mujer que da el pecho a su
hijo mirando al hombre que contempla un cuadro” del ArtSpace de Amberes
o los “Niños que juegan sin mirar
siquiera al hombre que contempla un cuadro” de la Nisky Gallery de Moscú, o
el “Ladrón que roba la cartera al
hombre que contempla un cuadro” del BittMuseum de NuevaYork.
Como digo, ninguna sala puede estar,
ni está ya, ajena al “THOYAKÍ”. Por ello, es mi obligación comunicarles que
Ustedes no están hoy aquí para ver estas magníficas obras, ni para escuchar mis
relatos, ni siquiera para disfrutar de la música. Hoy están aquí porque, en
este mismo momento, forman parte de la nueva obra del CAAM titulada “Gente sentada que escucha –y aguanta- un
relato sobre un famoso cuadro”, que se expone, obviamente, aquí y
ahora, en esta misma sala. Así que les ruego, por favor, que no se muevan
durante unos minutos, que ni miren a su alrededor. Les voy a pedir que se
concentren, que cierren los ojos por un instante y que se sientan parte de un
todo, parte de una obra maestra. Que se sientan ARTE en sí mismos. Y, sobre
todo, les voy a pedir que no miren a los ventanales que están a su derecha,
porque no lo son. En realidad son unos cristales especiales por los que otro
grupo de personas les observa atentamente para crear, en este mismo instante, el
conjunto “Gente que, a través la
ventana, mira a otros que, sentados, escuchan – y aguantan- un relato sobre un
famoso cuadro”.
Antonio Arias-
Divertido.
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