martes, 21 de julio de 2015

RELATO: NUESTRA PALOMA

Unos desagradables graznidos y el ruido de un intenso aleteo llamaron nuestra atención cuando merendábamos en el jardín. Al alzar la vista, vimos todos con horror la lucha que se libraba en el alfeizar de la planta alta, pues un negro cuervo intentaba colarse en la habitación del bebé a través de las entreabiertas hojas de la ventana, y una pequeña y valiente paloma le hacía frente interponiéndose en su camino, recibiendo los terribles picotazos de su adversario.


Mi padre fue el primero en reaccionar; tomó un palo, subió por la escalera y, justo cuando el pajarraco se aproximaba al bebé, le propinó un fuerte golpe y lo hizo huir por la ventana.

La pobre paloma, víctima de la lucha, yacía en el suelo malherida. Mi padre la recogió con mucho cuidado y la bajó al jardín. Recuerdo cómo el pobre animal temblaba y cómo los niños llorábamos  inconsolables al ver su cuerpecito blanco en aquel estado, más aún sabiendo lo que había hecho por el bebé.

En las semanas siguientes no se reparó en gastos, mimos y cuidados para con la pequeña heroína, y no pasaba una hora sin que se recibiera la llamada de algún familiar, o la visita de algún vecino, preguntando por el estado de la convaleciente. Y una vez restablecida su salud, la familia, en eterna deuda con ella, la acogió como un miembro más. Mi padre le habilitó un amplio palomar en la azotea con todas las comodidades habidas y por haber y se decidió bautizar a mi recién nacida hermana  –la víctima rescatada- con el nombre de Paloma. Cada año, en ese día, el “día de la Paloma”, se organiza una reunión familiar.

Con el tiempo, ambas, el ave y su niña rescatada, se convirtieron en la alegría de la casa haciéndose inseparables, siendo imposible ver a la una sin la otra. Y cuando mi hermana Paloma falleció, ya anciana, la enterramos tal y como había pedido, junto a su pequeña amiga. Nunca se vio mayor historia de amistad y amor entre ser humano y animal.

Esto ocurrió ya hace mucho tiempo, y la historia de nuestra paloma se cuenta en mi familia de generación en generación, de padres a hijos, para que los más pequeños aprendan que anteponer la vida de los demás a la tuya es un acto propio de las almas grandes, que al final tiene su premio; y que los gestos nobles y valientes son siempre recompensados. Yo mismo la cuento a mis nietos en la cama para dormirlos. Es una gran lección.

Pocos reparan en una pequeña cuadrícula de tierra removida junto a la tumba de mi hermana, al lado contrario de donde descansa su querida paloma. Allí enterré un cuerpo que encontré y guardé conmigo muchos años, desde aquel primer “día de la paloma”. Es el cuerpo sin vida de un ser feo, horrible y diabólico que, en aquel fatídico día, no había sobrevivido a los duros golpes de mi padre. El cuerpo de un ser olvidado, despreciado y culpable porque sí, pero que, nunca lo sabré, quizá dio su vida para salvar a mi pequeña hermana del ataque de una ladina paloma.

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